Comida chatarra tomada con las manos llenas de gérmenes, contra el uso de cuchara y alimentación sana.

Pocas cosas proporcionan más información sobre alguien que la frecuencia con la que echa un puchero a la olla. No sólo por razones nutricionales, sino por el orden y concierto que trae consigo. Un hogar en el que al menos cada semana se haga un puchero, unas lentejas o garbanzos, o una buena sopa es sin duda un lugar como Dios manda.

La preparación de esta entrañable cocina precisaba de una liturgia alejada de las prisas. Antes de que alguien patentara la olla exprés, y de que su invento llegara a los fogones, se requerían mañanas o tardes enteras para tener lista esta comida, que debía ser consumida con la siguiente recomendación: despacio.

Esto las convertía en algo respetable, digno de tomarse en serio, además de servir como extraordinario aglutinante de la prole al mediodía, a través del útil efecto cohesionador de su hervor y olor. Este formidable panorama degeneró con motivo de la progresiva introducción de las denominadas "comidas rápidas”, de origen "yanqui", en nuestra gastronomía. Todo gracias a una publicidad persistente que garantiza esos prósperos negocios multinacionales a los que les trae sin cuidado todo esto que aquí cuento. Aunque la autoridad continúe advirtiendo de sus nocivos efectos para la salud, sigue extendiéndose esa deplorable forma de comer -o mejor, de nutrirse-, acertadamente adjetivada como "comida chatarra”, que desde luego nada tiene que ver con el noble y ancestral rito del puchero, al ser su mayor antítesis. La sustitución de la cuchara por las manos a la hora de comer nos ha vuelto, indudablemente, a la edad de piedra, por más que parezca un dechado de modernidad para aquellos que se alimentan como viven, sin pies ni cabeza.

 
Por Valentín A. Carrillo
DNI 4.028.583