El acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercado Común del Sur (Mercosur) se cerró el año pasado tras dos décadas de negociaciones salvando una serie de obstáculos por intereses económicos que parecían incompatibles y todo parecía culminar con un entendimiento a pesar de las asimetrías entre los países integrantes. Pero hace una semana el equilibrio logrado se frustró por el rechazo previsible a la política ambiental del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, totalmente opuesta al Acuerdo de París que firmó el vecino país.
La decisión del Parlamento Europeo que acaba de rechazar la ratificación del acuerdo comercial no significa el fin del entendimiento pero sí un congelamiento hasta fines de 2022, cuando finaliza el mandato del presidente brasileño, lo que significa un retraso significativo frente a las expectativas de uno y otro lado, según los observadores. Debe recordarse que el pleno de la Comisión Europea funciona como el poder ejecutivo del bloque de naciones y la decisión es irreversible por voluntad de los Estados miembros.
Tampoco es una sorpresa esta dilatación debido a que el documento puesto a votación señalaba claramente la extrema preocupación de los miembros por la política ambiental de Bolsonaro totalmente contraria a los compromisos asumidos por Brasil en la cumbre parisina, en particular sobre el combate del calentamiento global y la protección de la biodiversidad. La enmienda ha documentado el crecimiento de los incendios en el Pantanal en un 180% y la desaparición del 15% del principal humedal del planeta, por ejemplo.
La asociación entre la UE y el Mercosur representa el mayor acuerdo de bloque a bloque y tiene el potencial de crear un mercado abierto en beneficio de ambas partes con un alcance estimado en 800 millones de habitantes de las 27 naciones europeas y de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, los socios sudamericanos. El replanteo de la UE requiere ahora garantizar en el pacto las condiciones de competencia leal y el respeto de las normativas y los modos de producción europeos, con un capítulo vinculante sobre desarrollo sostenible que debe ponerse en práctica y evaluarse plenamente.
Brasil acusa a los grandes lobbies agrícolas europeos y a los países de la región donde el Partido Verde es fuerte, pero confía en que la diplomacia va a destrabar la situación, olvidando que ahora toda negociación antepone la cuestión ecológica y en ese sentido el gigante sudamericano se aparta cada vez más del consenso ambientalista mundial.
