Como futbolero de ley y bien sanjuanino que soy, a la hora de elegir el hecho que me quedó grabado como trascendente en mi labor dentro de DIARIO DE CUYO pude haberme detenido en aquel 26 de junio del 2011 cuando Desamparados ascendió a la B Nacional en Tucumán o aquella victoria de San Martín sobre Cipolletti en 1995 que fue ascenso, pero hay en mi registro personal y periodístico una fecha que muchos no recuerden: el 1 de junio de 2003.
Ese domingo, en cancha de Villa Obrera, fui testigo presencial de los incidentes más violentos que viví en todas las canchas de San Juan. En aquella serie de Promoción entre Argentino A y Argentino B (Villa Obrera y Gimnasia de Mendoza) fue un final de película. La Villa había perdido feo en Mendoza y en la revancha, remontando dos goles, se quedaba en el Argentino A. Lo estaba logrando, ganaba 2-0 hasta que llegó el infortunio de un gol en contra de Eduardo González en un corner y ese 1-2 lo ponía al Lobo en el Argentino A. Se jugaba con las dos hinchadas y los mendocinos invadieron la cancha antes de que el árbitro Leandro Bottoni marcara el final. Empezaron a pelear jugadores con los hinchas, después hinchas de uno y otro lado hasta que intervino la Policía. Ahí, todo fue inolvidable. Gases, corridas, balas de goma y más de tres horas para poder salir de La Boutique. Intenté refugiarme en la secretaría del club, fue imposible. Busqué los vestuarios y menos aún.
Gases, corridas, insultos. Se multiplicaban los cruces, alcancé a ver al plantel de Gimnasia refugiado en el banco de los suplentes, zafando como podían. La Policía intentó calmar lo que ya era un incendio. No pasaban más las horas y el intento de la movilidad del diario por llegar a sacarme de la cancha era estéril una y otra vez.
Era domingo de superclásico recuerdo y recién después de las tres de la tarde pudimos salir de La Boutique.
Con el correr de los días, el árbitro Bottoni cambió su informe y finalmente, la Villa perdió la categoría. Pero ese domingo 1 de junio entendí que la cancha de la Villa no es para cualquiera.
La tarea de los periodistas, en primera persona