Cuidar el agua como las también llamadas "cunetas” es responsabilidad de todos los sanjuaninos.

Quienes vivimos en zonas desérticas sabemos muy bien que es una acequia. Si alguien que no las conoce preguntara, podríamos explicarles que es un tipo de obra hidráulica que por gravedad transporta agua principalmente para regadío, que es un canal excavado en la tierra y a veces hasta en la piedra para que el agua llegue donde el río no puede, que hay acequias madres y secundarias, que al construirlas deben ser cuidadosamente pensadas para no provocar daños a la naturaleza y para que se aproveche la mayor cantidad de agua posible.

 

Organización del riego

Podríamos decir también que la organización del riego dividió a la provincia de San Juan en tres grandes áreas para sistematizar la gestión del agua. La Primera Zona (margen derecha del río San Juan), la Segunda Zona (margen izquierda del río San Juan) y la Tercera Zona (resto de los distritos de río). 

Que antes de eso los huarpes desarrollaron una innovadora forma de riego artificial para poder cultivar las tierras desérticas y asegurar el bienestar de sus comunidades con agua potable. Los esteros de Zonda constituyeron una fuente intensamente aprovechada por esta comunidad para el regadío de sus cultivos, que regaban a través del sistema denominado "por manto”, inundando un predio a partir de una acequia proveedora. 

Pero yo diría que la acequia es para mí recuerdos vívidos de mi niñez, cuando en el verano nos sentábamos en su orilla con los pies en el agua a contar historias de aparecidos. Es el olor a tierra húmeda, es frescura. Las acequias las usaban como ahora los agricultores para regar sus tierras y tras el arduo trabajo del año ver florecer el fruto de su sustento y los obreros disfrutaban mojándose y refrescando el rostro del calor del verano. ¡Cuantas historias se habrán tejido en las acequias bajo los parrales! 

En los barrios, de calles de tierra y casas de adobe la acequia formaba parte de nuestro mundo. Con el mítico regador (un palo con un tarrito anudado con alambre en uno de sus extremos) se regaban las veredas también en su mayoría de tierra. Eran nuestra pileta en enero cuando la siesta nos encontraba junto a los vecinos después de la pilladita y la escondida. Ese agua de la acequia bebíamos cuando todavía no había agua corriente sacada fresca de la pileta que se llenaba al guiarla por una acequia interior y después de pasar por un filtro. Tras el terremoto de 1977 la acequia sin agua fue nuestro lecho durante tres noches. 

 

La ausencia del agua

Hoy en esta ciudad moderna están vestidas de cemento y casi no llevan agua en todo el año. Ya no se escucha ese rumor sobre el silencio de la siesta. Su murmullo tristemente se ha dormido.

Las estrías que circundan/los parrales, la alameda,/van bailando y dando tumbos/en la tierra agreste y seca./Dentro, el agua en un murmullo/va arrastrando sus diademas/ hacia abajo abriendo surcos/de caricias en la tierra./Se apaga lejos su canto/cuando el cerro serpentea /para encontrarla de pronto/correr fresca en la arboleda ./Guarda el barro en tus orillas/historias de pasto verde/la acequia es lluvia esperada /de los que lluvia no tienen. 

 

Por Silvina Atencio
Escritora