
La vida de hace una centuria era muy diferente a pesar de que el siglo XX viajó rápido y los avances tecnológicos y sociales fueron apareciendo poco a poco, incluso en Educación. Aun así, habrá quien sostenga también que lo que somos hoy, en sustancia, nos une a lo que fuimos en el pasado. Ya en 1881 se había creado el Consejo Nacional de Educación (CNE), bajo la presidencia de Julio A. Roca, y su primera sede fue el actual Palacio "Pizzurno”, formalmente conocido con el nombre de "Sarmiento”, ya que fue el maestro de maestros sanjuanino su primera autoridad como Superintendente General del organismo. Y en 1920, bajo la supervisión de ese Consejo, se sancionó la Ley de Educación Primaria Obligatoria que establecía que el Estado garantizaba a cada niño "el acceso gratuito a los centros educacionales” y controlaba férreamente el cumplimiento de esa normativa. Se comenzaba a multiplicar así la enseñanza primaria, laica, gratuita y obligatoria, primero en Buenos Aires y luego poco a poco al resto del país. Y mientras quedaba atrás la imposición de la enseñanza religiosa, se considera que en aquellas primeras décadas de los años 20 comenzaron a perfilarse las mujeres con vocación de enseñar y no por obligación las que provenían de cualquier otro oficio.
"En enero de 1923, hace 100 años, el Ministerio de Educación comenzó a contratar maestras bajo condiciones hoy inadmisibles: no podían casarse mientras durara su contrato; sus vestidos debían ser largos y usar al menos dos enaguas. Y tampoco podían maquillarse ni pintarse los labios”
EXIGENCIAS DE LA ÉPOCA
Pero llegaron a ser casi crueles los requisitos para que una maestra pudiera ser contratada para trabajar en cualquier escuela oficial. Hace exactamente 100 años, en aquellos días de enero de 1923, el CNE, siendo ahora presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear, comenzó a exigir a las docentes postuladas para dar clases la firma de un acuerdo por un periodo de ocho meses y por la cantidad de 75 pesos mensuales, siempre que cumplieran requisitos esenciales que, evidentemente, condicionaban la vida y la libertad de las maestras. El primero de ellos, "no casarse”, ya que de contraer matrimonio el contrato quedaba "automáticamente anulado y sin efecto”. Tampoco podían andar "en compañía de hombres”, ni viajar en coche o automóvil "con ningún hombre, excepto su hermano o su padre”. Otro de los requisitos era "estar en su casa entre las 8 de la tarde y las 6 de la mañana”, "no pasearse por las heladerías del centro de la Ciudad” y "no fumar cigarrillos, ni beber cerveza, vino ni whisky” ya que, de hacerlo, el contrato quedaría "automáticamente anulado y sin efecto”. Tampoco podían abandonar la Ciudad "bajo ningún concepto sin permiso del presidente del Consejo de Delegados del CNE”. Pero no todo quedaba en cuestiones de relaciones o comportamiento público, ya que había cláusulas que ordenaban también sobre la forma de vestir, el maquillaje de las docentes, así como obligaciones dentro del aula para conseguir limpieza, buen clima y conservar en buenas condiciones los bancos y la pizarra.
LA VESTIMENTA
Por ejemplo, no podían vestir ropas de colores brillantes, ni vestidos que queden "más de cinco centímetros por encima de los tobillos”, y debían usar "al menos dos enaguas”. Tampoco podían teñirse el pelo, usar polvos faciales, maquillarse "ni pintarse los labios”. Y ya en los requisitos para el cuidado de las aulas, se exigían en el mismo contrato, siempre como condición estricta y obligatoria, las siguientes labores: "Mantener limpia el aula y barrer al menos una vez al día; fregar el suelo del aula al menos una vez a la semana con agua caliente; limpiar la pizarra al menos una vez al día y encender fuego a las 7, de modo que la habitación este caliente a las 8 cuando lleguen los niños". Sin embargo, en medio de estos reglamentos que restaban libertad y hasta agraviaban a las mujeres, la educación comenzó a ser considerada con mayor atención por los gobiernos, a tal punto que al final de la década de los años 20, la mayor parte de la población infantil estaba escolarizada, ya que se duplicó en 1930, llegando a asistir a clases el 70 % de los niños de entre los 6 y 13 años. Recordemos que en aquel momento también se aplicaban en San Juan estas severas medidas con las docentes, y en el citado año 1923 gobernaba la provincia un interventor, Manuel Carles, enviado por Marcelo T. de Alvear tras el asesinato de Amable Jones. Luego de un mes, Carles fue reemplazado por quien había sido poco antes vicegobernador de Jones, Aquiles Castro, quien permaneció al frente del ejecutivo provincial hasta el 12 de mayo de 1923 cuando fue reemplazado por Federico Cantoni, ganador de las elecciones del 14 de enero de ese año con su Unión Cívica Radical Bloquista.
Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista
(*) Fuentes: Archivo Ministerio de Educación de la Nación; Memoria e Historia de la Educación Argentina, Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros; "Las ideas pedagógicas a comienzos del siglo XX en San Juan", Fabiana Puebla, FFHA, UNSJ (2018).
