Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús y le dijo a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío”. Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”.

Hoy, “Domingo de la Divina misericordia” meditamos el valor de esta cualidad divina que es la compasión. He aquí lo que Jesús dijo a Santa Faustina Kowalska: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de sus culpas y de sus penas” (Diario 699). El evangelio de hoy es el de la narración del encuentro del apóstol Tomás con el Señor Resucitado: al apóstol se le concede tocar sus heridas, y así lo reconoce, más allá de la identidad humana de Jesús de Nazaret, en su verdadera y más profunda identidad: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,28). En el cuadro de Michelangelo Merisi (1571-1610), llamado el Caravaggio, titulado “La incredulidad de santo Tomás”, expuesto en el Neue Palais, en Postdam (Alemania), impresiona ver como el dedo de Tomás se introduce en la llaga. Tanto él como los otros dos discípulos que lo acompañan tienen el ceño fruncido y las cuatro cabezas de los personajes forman una cruz. De Jesús resucitado brota una luz que ilumina con belleza singular. El Señor ha llevado consigo sus heridas a la eternidad. Es un Dios herido, que se ha dejado herir por amor a nosotros. Sus heridas son para nosotros el signo de que nos comprende y siempre perdona. Santo Tomás de Aquino señala que Dios es omnipotente, no por el poder o la fuerza que tiene sino por la misericordia que siempre ofrece. Es conocida la recepción que Jesús reserva a los pecadores en el evangelio y la oposición que ello le procuró por parte de los defensores de la ley, quienes le acusaban de ser un “amigo de publicanos y pecadores” (Lc 7,34). Sintiéndose por él recibidos y no juzgados, los pecadores le escuchaban gustosamente. El poeta francés Charles Péguy decía que cuando alguien se extravía, el corazón de Dios tiembla. Qué maravilla pensar que Dios no es indiferente a nuestras angustias y extravíos. El no hace trivial el pecado, pero encuentra el modo de no alejar jamás a los pecadores, sino más bien atraerlos hacia sí. No ve en ellos lo que son, sino aquello en lo que pueden convertirse si son tocados por la misericordia divina en lo profundo de su miseria y desesperación. “Los seres humanos, decía san Agustín, somos como vasos de arcilla, que solo con rozarse se hacen daño”. No se puede vivir en armonía, en familia y en cualquier otro tipo de comunidad, sin la práctica del perdón y la misericordia recíproca. Es así que Dios explica su misericordia frente a las desviaciones del pueblo: “Mi corazón está en mí conmovido, y a la vez se estremecen mis entrañas” (Os 11,8). Se trata de reaccionar con el perdón y, hasta donde es posible, con la excusa, no con la condena. Cuando se trata de nosotros, vale el dicho: “Quien se excusa, Dios lo acusa; quien se acusa, Dios lo excusa”. Cuando se trata de los demás ocurre lo contrario: “Quien excusa al hermano, Dios lo excusa a él; quien acusa al hermano, Dios lo acusa a él”. El Resucitado que nos tiende la mano, es a su vez una voz que no juzga, sino que da coraje y levanta. Las llagas son signos del amor.
