Si fuese un color sería rojo, azul o verde, colores primarios del arcoiris. Si fuese un instrumento musical, sería un xilofón o una flauta. Sí fuese melodía, sería la Novena Sinfonía de Beethoven. Y aunque se exprese a través de aquellos, no es un objeto ni depende de ellos. Es inmaterial por esencia. Para la neurobiología es una respuesta adaptativa del organismo ante un estímulo emocional competente (Damasio, 1944) Para la Piscología es una emoción básica (como los colores primarios del arco iris) Pero ninguna ciencia la puede encerrar en una definición. Hablo de esa perfección espiritual, llamada "Alegría”. 

Diversión y alegría

Cuando hablo de alegría no me refiero a una emoción de duración limitada, sino al estado de ánimo en el que habita el alma humana. Cierto es que hay situaciones o cosas que producen alegría, pero ella no se reduce a sus causas. De lo contrario, la alegría sólo sería contento o placer, directamente relacionado con la diversión. Y la diversión es esencialmente efímera.

Todos hemos experimentamos momentos en la vida de gran diversión pasado el cual, la tristeza, y soledad vuelven a aparecer. De allí la diferencia entre estar contentos a "ser alegres”. No estoy descalificando la diversión pasajera, solo diferenciarla de la verdadera alegría. Caso contrario sería impensable la alegría como estado, a pesar de la adversidad o el dolor que estemos transitando. 

La diversión necesita y busca el mundo exterior, cosas, personas, sucesos, para poder realizarse y depende de ellos absolutamente. De allí que, al éxtasis de un placer de gran impacto, pero efímero, le suele seguir el vértigo de la decepción. Nada dura para siempre, dicen apurados algunos. Y ello tiene algo de verdad, sobre todo cuando se desordena la búsqueda de las verdaderas causas de la alegría. Las consecuencias de este desconcierto son claras. Confundir la alegría con la diversión puede llevarnos a identificar la felicidad con la transitoriedad de lo pasatista. Pensemos en el placer fugaz que produce el sexo libre, la droga o el alcohol. Pasado el disfrute nada garantiza que el hastío y angustia vuelvan a instalarse en nuestra vida. Por otro lado, siempre está latente la tentación de recurrir a la diversión como forma de evadir nuestras frustraciones.

La verdadera alegría

La alegría no centra su mirada exclusivamente en la persona que la experimenta, sino en el objeto que la provoca. Más precisamente en las bondades y perfecciones de aquellos. Los objetos de la alegría son valores que dan sentido a nuestra vida. Tal vez no nos diviertan, pero sí pueden colmarnos de alegría. ¿Puede alguien divertirse dejando partir a una persona a la que quiere entrañablemente, sabiendo que es lo mejor para ella? Sin embargo, cuánta alegría interior produce esa actitud de renunciamiento. La verdadera alegría no siempre se expresa en risas estridentes. A veces en el sigilo de una lágrima va prendida la verdadera felicidad. Efectivamente, hay alegrías silenciosas que igual colman de paz: la alegría del pensamiento noble, de la riqueza de la vida interior, de la propia entrega y sacrificio.

Cabe entonces una pregunta como reflexión final: ¿cuáles son las causas de nuestra alegría?

En primer lugar, recordemos que la alegría fluye naturalmente cuando el alma encuentra lo que buscaba. Y aquello que se busca es lo que se ama. Amor entendido como la otra cara de lo que es bueno porque nos perfecciona al darnos algo que no poseemos. Fue Aristóteles quien visualizó la clave de la alegría cuando construyó su Ética apoyada en tres columnas: fin, bien y felicidad. Claro que sí el bien es pasajero sólo hallaremos diversión. He aquí la razón de la confusión.

Nada más alejado de la verdadera alegría que el buscar sustitutos fugaces, cuando llevamos en el alma la huella de lo infinito. Rabindranath Tagore (1861-1941) expresa este pensamiento en una hermosa poesía: "No hallo reposo/ Tengo sed de infinito/ Mi alma languideciente aspira a misteriosas lejanías/ Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo