Los pueblos, como los hombres, viven también de su alma. Muchos de sus afanes, de sus pasiones, sus ilusiones y hasta sus desencantos, se originan allí en la esfera donde el cuerpo solo no puede darnos una explicación. Sucede que los objetos físicos del paisaje que rodean al hombre en su vivir cotidiano, adquieren un valor espiritual, un contenido, una significación. La piedra, la estrella, el agua, el árbol, tienen un sentido que está a la vista: ser expresión genuina de la tierra donde nacen y crecen.
El árbol tiene una belleza espiritual, simboliza la adhesión y la felicidad del hombre a la tierra nativa… ¿Quién no miro conmovido los viejos troncos seculares, henchidos y curtidos por cincuenta o cien años de patria? ¿Quién no ha querido ser, alguna vez, un poco quebracho, un poco ñandubay, un poco ombú, un poco la vid, para aferrarse en la certeza de ser argentino?

Nadie como el árbol vive de la tierra madre. En la pampa, en las montañas o en las sierras, el árbol se aferra a la suelo porque sabe que zumos poderosos suben a él para dar gracias y vigor a su copa, altura a su tronco erguido y fertilidad a su semilla…
San Juan tiene un árbol que podría ser un símbolo; la higuera, por todo lo que significa en la historia, y un poco el ser madre. El algarrobo, el chañar, el quebracho y otros son autóctonos que van con la geografía de nuestro suelo árido y sufrido. El árbol símbolo no me atrevería a de decir cuál es, pues, San Juan adoptó a varios que agradecidos dieron su sombra y su identidad.
Tampoco conozco a funcionarios o gobiernos que hagan del árbol un motivo de respeto a la naturaleza y que respeten sus derechos. La arboleda, sobre todo de la Capital en donde está incluido el Parque de Mayo, sufre la acción de la barbarie del hombre, destruyendo el ecosistema que beneficia a la salud del humano y la naturaleza.
Cuando tomen conciencia de la importancia de respetar los derechos del árbol, y la obligación de cuidarlos, seguro que ya será un poco tarde.
Foto: José Mazuelos
