Un debate no hace ganar una elección, pero la puede hacer perder. Es la razón por la que muchos aspirantes evaden ese compromiso cuando se ven ganadores o cuando las encuestas previas los favorecen. Nuestros políticos no están acostumbrados a desarrollar el arte de convencer con la palabra, de argumentar en tiempos reducidos y con buena técnica. Hoy prevalece el marketing que no deja lugar a la improvisación que es imprescindible en los debates. Hoy no tenemos ni buenos oradores ni podemos esperar réplicas creativas. ‘Picos de oro‘ como el socialista Luis Zamora, un lujo para el Congreso, o Antonio Cafiero, ninguno de cuyos hijos heredó la sombra del padre, o Raúl Alfonsín, Raúl Baglini o Florentina Gómez Miranda entre los radicales, Lorenzo Pepe, entre los sindicalistas o Marcelo Stubrin entre los universitarios ya no se consiguen. La escasez trajo una vergüenza, que la discusión sea obligatoria por ley. Es un avance pero también una pena que la motivación sea el castigo de prohibir la propaganda por medios la última semana al que no se presente. Pero, primero que nada revisemos las características de la televisión. La tele es un medio afectivo y donde todo es visto por el espectador como un show que debe tener su atractivo. Vistos los números del rating del domingo por la noche, el programa no llenó las expectativas. Se pasó por todos los canales y el que más puntaje tuvo, Telefe, llegó a 7,5 puntos. Algunas ediciones de periodismo político han sumado más de 20 puntos y de entretenimiento o deportes más de 30. No sería válido sumar entre canales porque la gente no tuvo alternativa en ese horario, o veía el debate o no veía nada. No obstante el error de creer que este medio sería reemplazado por las redes sociales, sigue siendo de uso necesario en las campañas. Otro tanto ocurre con la radio y los diarios. Ninguna de estas vías tradicionales ha sido reemplazada en su influencia hasta la fecha.
En la tele importa más la imagen que la palabra, y en la imagen se incluyen gestos, postura corporal, vestimenta, peinado, aspecto general, firmeza en lo que se dice. Importa más la actitud que el contenido. Sin ir más lejos, el domingo pasado, los consultados no refieren lo que cada cual dijo sino ‘cómo estuvo‘. A Fernández se lo vio agresivo y a Macri poco relajado, a Lavagna dudando, a Espert enojado, a Gómez Centurión rígido y a Del Caño asustado. Por supuesto cada cual deberá llevar un discurso preparado pero también debe mantener la mente y el espíritu abiertos para la improvisación, un espacio que permita ajustarse a la vivencia del momento, ‘empatizar‘ con la situación. Jamás enojarse de verdad, aunque haya veces en que se deba actuar de enojado. Ese enojo controlado permitirá transmitir el desacuerdo al auditorio pero sin perder el hilo de lo principal. Nunca es bueno pretender convencer al contrincante, a quien hay que llegar es al público que está detrás de la cámara. Fernández incurrió en un error que seguramente corregirá para esta noche. Cuando le ofrecieron entrenarse afirmó: “si después de 40 años de política me tengo que preparar para un debate estoy en un problema”. Buena frase en la medida que no se la creyera. Y se la creyó. Hay que entrenar como para todo en la vida. Las simulaciones con expertos las hacen todos los dirigentes del mundo y esto permite estar preparados para no ceder a las provocaciones del oponente, que seguramente aparecerán para desviar la atención y controlar el momento. El correcto aprovechamiento del tiempo es fundamental, el preámbulo de nuestra Constitución se puede leer pausadamente en menos de dos minutos y es nada menos que el detalle de a lo que aspiramos como nación. No hay cosa, por importante que sea, que requiera más tiempo que esos 120 segundos. Pero para eso hay que entrenar. Los voceros de las aerolíneas simulan una vez por mes la caída de un avión.
A la mayoría nunca se les cayó una nave, pero nunca se sabe cuándo pueda pasar. “Qué bien le sale esto maestro, qué suerte tiene” dijeron una vez al golfista Roberto De Vicenzo. “Mientras más practico, más suerte tengo” respondió. El tono de voz es fundamental. No se sabe por qué pero las voces graves son más atendidas que las agudas. Belgrano tenía voz fina y dificultades para dar órdenes en el campo de batalla. En cierta ocasión San Martín debió reprender a oficiales cuando reían cada vez que hablaba Belgrano. En cuanto a la agresión, paga más quedar como víctima que como victimario. El lenguaje debe ser sencillo y acorde a las épocas y al lugar. Un presidenciable de Perú ganó un debate diciendo a su adversaria “Cómo has cambiado Pelona”, que en ese país es una frase de la hermosa poesía de Nicomedes Santa Cruz que equivale a nuestro “ya no sos mi Margarita”. En USA un candidato también redujo a la nada al otro preguntando: “¿Y dónde está la carne?” desacreditándolo por charlatán sin contenido. Estaba de moda una publicidad de hamburguesas que criticaba la pequeñez de la rodaja de la oferta de la marca competidora. Ganar o perder con 7 puntos de rating y que la gente se vaya a las series de Netflix, Amazon, HBO u otras, reduce mucho tamaño del impacto que ese eventual triunfo pudiera tener en la cuenta final de la última semana. Veremos si esta noche, crece el atractivo.