En pequeños sobres transparentes, apoyados con delicadeza sobre una mesa que acaricia apenas una bandera Argentina, se distinguen una alianza de oro, una cruz, dos chapitas gastadas, un anillo, una cadenita rota, algunos documentos de identidad, un carnet, una estampita de la Virgen, y muchas cartas resquebrajadas de letra apretada y papel amarillento que resistieron el paso del tiempo.
Son los objetos que los forenses encontraron en los cuerpos de los 88 soldados argentinos que fueron identificados en el cementerio de Darwin en el marco del Plan del Proyecto Humanitario que llevó adelante la Cruz Roja Internacional, desde el 20 de junio hasta el 7 de agosto de este año, junto a un equipo de catorce especialistas forenses de Argentina, Australia, Chile, España, México y Reino Unido.
Desde mañana, a las diez en punto, se procederá a informar a los familiares los resultados de las pruebas de ADN. Será en el Archivo Nacional de la Memoria. Ya ocho familias fueron citadas para esta primera jornada: cuatro a las diez de la mañana, las otras a la una de la tarde.
Allí, cuatro equipos de cuatro integrantes -en representación de la Secretaría de Derechos Humanos, el Centro Ulloa, el Equipo Argentino de Antropología Forense y el Ministerio de Desarrollo Social, más un representante de la Escribanía General de la Nación-, se sentarán con cada una de las familias de los caídos para dar los detalles del proceso de identificación de sus hijos, hermanos, padres, esposos.
En ese momento se les entregarán estos sobres con los objetos de sus seres queridos. “No sé si voy a poder soportar tanta emoción”, dice una mamá de Malvinas. “Es algo que esperé tantos años que siento en mi corazón una mezcla de alivio y dolor. No quería irme de este mundo sin saber dónde estaba mi hijo”, agrega Raquel Ugalde, madre de Daniel, muerto en la batalla final el 14 de junio de 1982.
¿Cómo será reencontrarse con esas pequeñas pertenencias de sus seres amados? ¿Qué recuerdos volverán? “No lo sé. Yo guardo las pocas cartas que llegó a enviarme de las islas. El tiempo no pasa cuando las heridas no cierran. Para mí es como si hubiese sido ayer cuando me avisaron que Horacio no había vuelto de las islas. Yo siento la presencia de mi hijo cada día de mi vida. En la cómoda de mi pieza tengo una foto suya, y yo le hablo. Le cuento cómo estamos, le pido que me ayude”, llora conmovida Nélida Montoya, mamá de Horacio Echave, soldado de Lobos caído el último día de la guerra.
Las jóvenes y truncas historias de estos soldados de Malvinas reviven en los objetos que hoy están en los sobres transparentes esperando a sus madres. Vuelven a hacerse carne en cada carta que recibieron y leyeron con emoción en sus trincheras, en esas palabras que llegaban desde el continente y los acercaban al amor de sus familias, en cada beso que seguramente le dieron a ese Jesús que colgaba en su pecho, en las plegarias en las que se habrán encomendado a la Virgen en las heladas noches en los campos de batalla, en las cadenitas que llevaron hasta el último día, en todos esos pequeños objetos que guardaron como tesoro en los uniformes que los abrigaron hasta el día en que los encontró la muerte.
El coronel británico Geoffrey Cardozo, a quien en 1982 el Reino Unido le encomendó la difícil tarea de buscar los cuerpos enterrados en los campos de batalla y darles sepultura con honores en Darwin, y quien viajó a las islas este año para asesorar al equipo de antropólogos que llevaron adelante el trabajo, le dijo a Infobae desde Malvinas: “Esto es para los familiares. Yo puse mis pies en los zapatos de cada padre y de cada madre y sentí su dolor. Por eso cuidé y respeté a cada soldado argentino como si mis hijos fuesen los muertos en esa guerra”.
El oficial reveló: “Revisé cada cuerpo con mucho cuidado: los bolsillos, las chaquetas, todo. Había cartas ‘a un soldado argentino’, rosarios, estampitas, golosinas, fósforos, alguna carta personal borroneada. Envolví cada cuerpo con cuidado en una sábana, como a Cristo. Luego, los metí en una bolsa de plástico negra, y luego en una bolsa blanca de PVC, donde anoté con tinta indeleble todos los detalles. Por último, cada soldado fue depositado con respeto en un ataúd de madera. Y sobre el ataúd, volví a anotar todos los datos. Buscaba que esos cuerpos pudieran preservarse para una futura identificación”.
Los cuerpos se preservaron durante 35 años y el trabajo pudo concretarse con éxito. Mañana los familiares tendrán la respuesta que tanto esperaron.
Infobae