Por Fernando Ortiz

 

"Nosotros tenemos una vida medio complicada", bromea Patricia Díaz, desde el otro lado del  auricular telefónico, mientras está sentada en su consultorio de la Clínica El Castaño. 

Ni bien la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia de coronavirus, uno de los vértices de la noticia sanitaria pasó por los respiradores: cuántos hay, quiénes los fabrican, de dónde los traen, etcétera. Era lógico, el Covid-19 afecta los pulmones, y los Estados provinciales y nacionales se los procuraban -procuran- para los infectados en situación crítica. Sin embargo, se daba por hecho de que estaba el personal idóneo para manejarlos

La pandemia hizo muchas cosas: aceleró los avances en comunicaciones virtuales, permitió que cientos de especies animales volvieran a sus espacios naturales, tiró la bolsa mundial un par de veces, ocasionó y ocasionará miles de despidos. Pero, sobre todo, levantó el velo que teníamos al caminar. Los médicos siempre estuvieron ahí, la precariedad de las viviendas barriales y el hacinamiento también, sólo que ahora se ven nítidamente. 

Patricia Díaz es médica terapista, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba, y desde hace años residente en San Juan. “Prefiero que no pongan dónde vivo”, comenta, “por el hecho de que está comenzando a haber agresiones” (se refiere a los ataques que sufrieron muchos trabajadores del personal de la salud en el país: algunas veces los conminaban violentamente a abandonar el edificio en que viven). A los 48 años trabaja en el Hospital Guillermo Rawson y en la Clínica El Castaño, hace tratamientos a domicilio, sigue estudiando y cría 3 hijos. Además, es la presidenta de la Asociación de Terapia Intensiva provincial (ATISJ).

Morocha e impetuosa, habla tranquila y tiñe de anécdotas personales la charla. “No vayas a poner estas cosas”, dice, entre risas nerviosas; luego de contar que una vez que no se puso el tapaboca y justo la paró la policía; o que los médicos que eligen esa especialidad son llamados topos porque viven encerrados de guardia y la gente no los conoce.

Le gusta el control. Sabe vivir situaciones estresantes y mantener el orden. Durante las noches de guardia en los nosocomios, sabe que todo caso que revista gravedad termina en ella. De hecho, su trabajo es la columna vertebral de todas las situaciones críticas que se presentan en las diferentes áreas, sin excepciones, cualquier paciente grave será derivado, indefectiblemente, a la Unidad de Terapia Intensiva.

“Nosotros vivimos en la cornisa -comenta respecto al labor del terapista- tratamos con personas cuya última opción que tienen para seguir en esta vida es terapia intensiva”. Los médicos también llamados intensivistas son los encargados de colocar los respiradores, suministrar las drogas necesarias para mantener el funcionamiento del corazón, y dializar, entre otras cosas.

”Sostenemos al paciente hasta que el organismo empiece actuar. Básicamente, intentamos que esté vivo”, resume la profesional. 

Pese a la vital tarea que desempeñan, los especialistas en terapia intensiva son relativamente pocos. “Somos aproximadamente 55, pero alrededor de 40 son los que toman guardias activas”, dice, y agrega que es una especialidad poco elegida -en San Juan, Argentina y el mundo- porque es muy desgastante y no siempre bien paga.

“El terapistas tiene una vida útil de 15 años”, acota Díaz, que tiene 18 años desempeñando la actividad, y hay otros que pasan los 25. El sistema es desgastante. Los dos centro de médicos terapistas son el Hospital Rawson y el Marcial Quiroga. Desde ahí se distribuyen al resto de las clínicas privadas, “que son bastantes” agrega. 

Así se desenvuelven las primeras líneas en contener los efectos críticos del coronavirus. “Nosotros, junto con guardia central y clínica médica, coordinamos y somos los equipos que estamos para atender a los pacientes que lleguen con Covid-19, una vez ahí nos guiamos por el protocolo, más las recomendaciones del Ministerio de Salud de la Nación y del gobierno de San Juan, que siempre está muy actualizado”, explica, sobre una situación eventual.

La doctora advierte que, incluso con los recaudos y la falta de casos en San Juan, no hay que relajarse en cuanto al cumplimiento de las medidas gubernamentales. “Esto es pandemia, es supuesto”, sentencia, y deja que el silencio irrumpa por primera vez en la entrevista. “Hasta que no estemos en el baile, vamos a seguir aprendiendo”, argumenta coloquialmente. En un principio, la médica dice que hubo mucha ansiedad y temor porque “somos seres humanos, tenemos miedo, esto es desconocido”. Pero, que con el paso de las semanas, clarificó el panorama: “Las políticas que se han ido implementando, son acertadas. Obviamente hay márgenes de error, pero San Juan está a la altura de las circunstancias”.

La labor frenética, con alto gasto de adrenalina y coronaria, acostumbró a Patricia Díaz a ser cauta, sin que por eso le tiemble la mano bajo la intensa luz blanca del fluorescente. Entonces, al preguntarles sobre la posibilidad de que un infectado llegue a sus manos, ella responde que va y actúa como con cualquier paciente. “Estamos acostumbrados a manejar aislamientos y trabajamos con gérmenes multirresistentes a diario”, ejemplifica. 

La profesional enfatiza y reitera una sola cosa que considera fundamental. “Todos tenemos miedo, por eso hay que hacerle caso a Salud Pública, a sus recomendaciones. Eso es lo que nos protege a todos”.