
Esas historias de antaño, cotidianas, preservadas por las familias, constituyen un tesoro, pues por escuetas que parezcan, almacenan rasgos de la idiosincrasia que otrora eran una suerte de normas que guiaban la conducta de los grupos sociales. Este breve relato trata de las creencias que tenía esta gente, cuyas raíces son de tiempos remotos. Fue mi abuelo materno español, Antonio Molina Sánchez, el que vivió una especie de presentimiento o "revelación”, en aquel Chimbas de 1942 aproximadamente. Era ciego, pero sus sentidos se habían acentuado tanto, que podaba con destreza su finca situada en calle Centenario, y hasta con el azadón en el hombro, se ocupaba del riego semanal en época estival. Con prolijidad el agua llegaba a todas las cepas. Pensándolo desde el hoy, mi abuelo Antonio poseía ese atributo que Eduardo Galeano llama "sentipensante”, es decir, que reflexionaba cerebralmente, pero su corazón, también le "dictaba” razones. El suceso ocurrió cuando mi antepasado, junto a su hijo Fernando, iban en una carretela, por la entonces calle Las Tapias (hoy Salta), llegando a Centenario. Una huella algo pedregosa era aquella arteria, en partes se formaba una especie túnel, por la nutrida vegetación, sauces, moras y eucaliptos. Recordemos que pasando Centenario, por Salta, a poca distancia estaba el río, torrentoso en esos años, temido por las crecientes. No obstante, en este punto, los viajantes y demás, vadeaban el río para pasar a Albardón y de ahí con frecuencia a Jáchal. Mi abuelo y mi tío transitaban por aquella calle, llevando en su carretela mercadería a su hogar. Súbitamente, el caballo se detuvo y no hubo manera de hacerlo avanzar. A la par, mi abuelo, quizá guiado por sus potenciados sentidos, le sugirió a su hijo, que no forzara al animal, él también había sentido algo en su piel, equiparándose al percepción del equino. Así esperaron un tiempo, hasta que mi tío Fernando, corajudo y demasiado racional, se bajó de la carretela, caminó un trecho y como a los cien metros observo que en la calle, yacía un féretro, por su aspecto no tenía antigüedad. Algo nervioso retorno a la carretela y comento el hallazgo. Mi abuelo, lejos de asustarse y orgulloso de su intuición, respiro tranquilo. Según su manera de interpretar aquel fantástico "microcosmos sanjuanino”, la inquietud que lo paralizó, junto a su caballo, era la presencia de la muerte. Así si me lo relataron. Luego se supo que unos viajeros, llevaban en una suerte de cortejo solitario nocturno, a un amigo fallecido, para darle santa sepultura en el cementerio de Jáchal. Por descuido o vaya saber por qué, el féretro resbaló del carromato y ellos recién se percataron llegando a tierra albardonera.
Por Edmundo Jorge Delgado
Profesor Enseñanza Nivel Medio
