Santafecino de raíz, Edgardo Trabalón no tardó mucho en saber que lo suyo era el ballet. Los primeros pasos en este mundo que descubrió de la mano de su mamá, profesora de danza, fueron cruciales para darse cuenta qué es lo que realmente quería cuando se lo planteó. Fue entonces que, como siguiendo un llamado, dejó todo y se mudó a Buenos Aires en busca del gran sueño que finalmente pudo alcanzar y con creces. Varias veces premiado, en los "90 ingresó al Teatro Colón, donde rápidamente se sumó al Ballet Estable, en el que hace más de una década se destaca como Primer Bailarín -ha hecho prácticamente todos los roles principales del repertorio clásico- y también ejerce la docencia. Dos caminos que desde hace algún tiempo lleva a la par, aunque no será así por mucho tiempo más, aseguró el artista que ya piensa en el retiro y en dedicarse a esta tarea que descubrió y abrazó del mismo modo que al escenario. Es justamente en ese rol de maestro que volverá a San Juan, para dar un seminario intensivo de técnica clásica a bailarines locales, en el Studio Uno (ver aparte). Sencillo, cálido, de cara a este regreso dialogó con DIARIO DE CUYO. 

 – Comenzaste en las clases de tu mamá, siendo muy pequeño…

– Sí, en Santa Fe, la primera vez que subí a un escenario tenía 5 años. Ahora tengo 46, así que imaginate, toda una vida. Luego continué con algunos maestros que iban a la provincia hasta que me fui a Buenos Aires e ingresé a quinto año del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, que es como la escuela del Ballet, y desde ahí fue todo muy rápido…

– En el medio hay un dato no menor, porque sos Subteniente de Reserva…

– Sí, porque hice el secundario en el Liceo Militar. Estábamos pupilos, de domingo a viernes…

– No es una combinación de lo más usual…

– No, pero fijate que me di cuenta que las dos tienen algo muy en común, que es la disciplina. De hecho a mí la disciplina militar, que era muy rígida, porque además era otra época, me sirvió muchísimo para mi carrera de bailarín. Creo que por eso soy de los pocos de mi generación, de los que ingresamos al Ballet en el "95, que todavía está bailando, estoy activo y creo que es por la preparación física y psicológica que me dio el Liceo, se lo debo. Tenés que tener una disciplina muy fuerte para poder volar…

– ¿Cuál fue el click que te hizo saber que bailar era lo tuyo?

– Mi click fue estando en el Liceo. Yo entré con la mentalidad de ser militar, porque mi abuelo era militar, porque me gustaba cómo se destacaban los chicos de Liceo… Pero cuando entré, en los primeros tres días libres que tuve esa primera semana, me di cuenta que me faltaba la libertad. Y automáticamente se me vino a la cabeza la danza. El conocimiento que yo tenía de la libertad era bailando, cuando estaba en el salón de mi mamá o en el escenario… Pero dije "Yo entré, me la banco’, además no me iban a dejar irme sin terminar el secundario, así que en la semana estaba en el Liceo y mi escapatoria era los fines de semana, cuando hacía clases en el estudio de mi mamá… Hasta que pude decidir y dije "ésta es mi vida’. Fue como un llamado…

– ¿En algún momento te lo replanteaste?

– (Piensa) Hubo algunos momentos…. Es una carrera muy dura, voy a ser sincero. A veces sentí mucho peso y eso que lo tenía todo, pero por momentos como que no tenía vida, era todo el tiempo ensayando, bailando… Durante 10 años fui también maestro del Instituto, así que era todos los días desde las 6 de la mañana hasta muy tarde a la noche. Sí, a veces lo pensé y sobre todo en la pandemia, cuando se paró todo. Fue un antes y un después, me di cuenta que incluso como artista tenía que vivir, porque si no vivís, no podés transmitir nada… Por eso te tiene que gustar, mucho, y por eso tiene que haber disciplina y pasión, si no, no es fácil llevarlo…

– Del lado de afuera se ven el éxito, los viajes, el reconocimiento… Pero…

– Eso existe y lo agradezco, pero también pasa que cuando viajás y termina una función, llegás y estás solo en el hotel, meses a veces… Es dormirte tarde y tener que levantarte temprano a darlo todo otra vez, es aprenderte dos o tres ballets en una semana, es la exigencia física… A ver, la carrera, tiene miles de cosas buenas, pero a su vez es muy exigente y muy efímera. Ahora, cuando aprendés a encontrar el placer cada vez que te agarrás de la barra o suena el piano, todo es hermoso. Pero para eso hay que estar muy enfocado. 

– Ser un buen maestro no es solo enseñar la técnica. Todo esto cuenta…

– Para mí es lo más importante. Tener el brazo estirado o elongar la pierna te lo enseñan todos. Yo tuve la suerte de tener maestros que también me educaron el alma, el espíritu y eso es fundamental porque más allá de bailarines somos seres humanos. Si no, te convertís en un bailarín en serie o en una máquina. Para mí somos diferentes, somos personas y eso es lo que el maestro debe buscar en cada chico o chica que baila, esa humanidad, esa luz propia. Mi meta como maestro es apuntar a lo humano por encima de todo, más en tiempos tan difíciles como los de hoy. 

– Considerás que es fundamental tanto para la vida como para el escenario…

– Totalmente. Para sostener esta carrera y para emocionar con el simple movimiento de una mano. Lo que hay que lograr es que cada día, cada chico o chica disfrute, viva y se sienta importante… 

– Es difícil cuando de cien, muy pocos alcanzan el sueño ¿Cómo se maneja eso?

– Sí, pasa mucho, vas creciendo, van pasando los años y decís "Ay, yo quería ser Julio Bocca o Marianela Nuñez’ y de repente ves que los sueños se van yendo… Bueno, hay que disfrutar de bailar, saber que ser cuerpo de baile es bellísimo también. Y cuando uno es agradecido y valora su lugar, creo que la vida también te puede sorprender. Cada lugar que te toca en un ballet es importantísimo, desde el reemplazo hasta la estrella invitada, todos son importantes y necesarios. Y si no, que sepa que algo de esa experiencia le va a servir para su vida. La meta no es la medalla de oro… 

– ¿Te costó aprender eso?

– Yo he tenido grandes maestros que me han enseñado mucho; y también me ha pasado de todo, pero de todo, da para otra entrevista (risas). Pero por eso sé adónde quiero apuntar: a lo humano, por encima de todas las cosas. Tener un alumno triste no sirve, nunca le va a entrar el battement tendu. Es mi punto de vista. Yo he tenido mucha suerte de cruzarme a grandes maestros, desde Haichi Akamine, que falleció este año, hasta Mario Galizzi, ahora, el director… Es gente con mucha experiencia y yo abro los oídos y escucho, escucho… no paro de aprender. Y es como un legado que no es mío, ahora yo se lo tengo que pasar, mejorado, a otra generación…

– ¿Disfrutas enseñar tanto como bailar? 

– Amo. Disfruto mucho, es un mundo nuevo para mí, muy hermoso. No sé si es porque ya estoy más del otro lado, porque ya pasé el río como decimos en Santa Fe, pero juro que me fascina dar clases. 

– ¿Sos conciente de que muchos de esos chicos te escuchan con la ilusión que vos tenías a tus 17?

– Sí, trato de ser muy conciente de eso. Yo soy muy creyente y le pido a Dios nunca perder la sensibilidad, trato de ponerme siempre de ese lado, como maestros tenemos que ser empáticos.

– Entonces dentro de algunos años alguien dirá "Yo tuve grandes maestros, como Edgardo Trabalón’

– (Risas) ¡Ojalá! Dios te oiga, que así sea. Pero no por el ego, sino porque me emociona verlos crecer. 

EL DATO 
Seminario de técnica clásica con Edgardo Trabalón. 19, 20 y 21 de mayo, niveles principiante, intermedio y avanzado. Informes en Studio Uno (Santiago del Estero 135 sur) Tel. 4320776 – 2644813748.

 

FOTO GENTILEZA Carlos Villamayor