Desde hace algo más de 4 décadas se fue reemplazando el material de objetos de uso cotidiano por descartables plásticos. Botellas, vasos, tuppers, blisters, envases, calzados, bolígrafos, componentes de tecnología, entre multitud de ejemplos posibles. En un principio fueron recibidos como solución a incomodidades menores, como el cuidado en la manipulación de botellas de vidrio por roturas, o la necesidad de hervir jeringas reutilizables de vidrio luego de cada uso. Tempranamente se fue tomando conciencia de que muchos plásticos eran difíciles de reciclar, a veces por el factor económico. No obstante, se fueron instalando plantas recuperadoras en todo el planeta, hecho que ha contribuido no poco a ese aspecto negativo del uso de plásticos. Pero desde hace unos años se comenzaron a registrar ciertas mediciones que pusieron en alerta a especialistas y a particulares interesados en el medio ambiente. En 2004, el científico marino Richard Thompson acuñó el término "Microplásticos”, refiriéndose a partículas que miden menos de cinco milímetros. Los había encontrado, del tamaño de un arroz, en una playa inglesa. A partir de entonces se fueron hallando en diversas locaciones de los océanos, inclusive en los fondos, aunque también dentro del organismo de criaturas marinas y de aves costeras. Se estimó que esto era consecuencia de residuos plásticos arrojados desaprensivamente al mar. Y en gran parte así era. Pero otro hallazgo causó inquietud, y con toda razón: se encontraron microplásticos en la cima del Monte Everest y en el Círculo Polar Ártico, sin que hubiese cerca elemento alguno que pudiera dar lugar a tal presencia.

Los microplásticos se dejaron encontrar en todo lugar: en la sal, frutas y verduras frescas, y en toda bebida elaborada, aunque también en el agua potable de cada lugar en que se midió. Es que se pudo descubrir que no son los plásticos en cercanía la causa de la presencia de microplásticos. Por el contrario, todo plástico va desprendiéndolos permanentemente, transportándose en forma de micropartículas por el aire, llegando a dar la vuelta al planeta en pocos días. De esa manera subrepticia llegan a cualquier rincón del globo, ingresando en seres vivos y vegetales vía respiratoria o por ingestión. Durante el pasado año se han efectuado estudios en Ámsterdam, los que hallaron que el 77% de las personas analizadas poseía microplásticos en su sangre. Las partículas más comunes correspondían a PET (tereftalato de polietileno), material común en botellas plásticas y envases. Aún no se determinó taxativamente los efectos en la salud humana, pero en animales de laboratorio se observó que tales partículas se acumulaban en órganos y el cerebro, con efectos siempre adversos, como es presumible. Resulta impostergable que organismos internacionales y Estados actúen de manera coordinada, del modo que la ciencia prevea, a fin de evitar consecuencias globales. No se trata de un riesgo lejano, desde hace ya tiempo todos hemos ido acumulando microplásticos.