Nuestra provincia ha tenido siempre un atractivo muy peculiar. La simpleza de sus costumbres, la belleza de sus mujeres y el calor de su gente, ha conquistado a más de un foráneo, que de paso por nuestra tierra, decidió quedarse, echar raíces y hacer de ella su hogar. Muchos de estos forasteros dejaron su impronta en la historia, la geografía y la arquitectura de nuestra provincia. Miguel Ángel Sugo es justamente uno de ellos, quien esculpió a cincel y brillante talento, muchas de las más emblemáticas esculturas de nuestra ciudad.
Sugo nació en Uruguay, departamento de Soriano, el 14 de marzo de 1912, en el seno de una familia de escasos recursos. Sus padres, Dorotea Galeano y Gervasio Sugo, eran trabajadores rurales que tuvieron 13 hijos.
Dedicado a las tareas agrícolas, su primer contacto con la escultura fue en forma autodidacta, modelando arcilla y papel.
En 1937 a los 24 años, emigró a Montevideo para aprender a leer, escribir y realizar los primeros talleres de escultura. Allí aprendió el tallado en piedra, vaciado de metal, modelado en arcilla y grabado. Las técnicas eran de la vieja escuela e incluían disección de cadáveres para conocer la morfología humana.
En 1942 viajó a Buenos Aires para realizar unos frisos con molduras para la Casa Central del Banco de la Nación. Regresó a Uruguay pero en 1945 viajó a Mendoza, contratado para mejorar las obras en el cementerio de Maipú. En esa provincia conoció al profesor de la escuela de Bellas Artes, Lorenzo Fernández. Con él entabló amistad inmediatamente y le ofreció el puesto de ayudante en aquel establecimiento educativo.
En 1948, cuando Ruperto Godoy era Gobernador, se realizó el llamado para la construcción de un monumento en homenaje a Juan Jufré en la plaza de Concepción de San Juan. Junto a Sugo se presentó también Lorenzo Fernández. La obra fue adjudicada a Sugo lo que provocó el enojo de Fernández y la ruptura de su amistad. En ese momento Sugo obtuvo el trabajo pero perdió la cátedra en la escuela de Bellas Artes.
Se asentó en la provincia dispuesto a erigir la monumental obra pero dado que no tenía medios económicos, se quedó a vivir en la misma plaza donde realizaba su trabajo, en un pequeño rancho improvisado. Para la escultura utilizó piedra originaria de San Juan que él mismo extrajo con un grupo de picapiedreros (Los hermanos Ciuk) del Cerro Blanco de Zonda, también travertinos traído de "La Laja”, en Albardón. Durante la construcción de este monumento pasó mucha necesidades. Conociendo su situación, uno de sus asistentes lo llevó a comer a su casa en punta de rieles. Allí conoció a la hermana de su ayudante, Gabriela Ciuk, una joven yugoslava que había llegado a la Argentina en 1938. Se enamoraron y comenzaron una relación. En 1951, un día antes de que fuera inaugurado el monumento a Juan Jufré, nació su primer hijo, Miguel Ángel. Años más tarde vendrían Selva y Gabriela. Recién en 1957 se casaron por civil. De ese trabajo se le sacó el 20% por impuestos y el grabado del acta de fundación nunca se le pagó. Con los años Miguel Ángel Sugo llegó a ser el escultor más destacado de la provincia y realizó muchas de las mas emblemáticas esculturas de nuestra ciudad, entre las que se encuentran: La estatua de Ignacio de la Roza; los frisos de la Basílica de los Desamparados; el escudo en relieve de la legislatura provincial; la estatua de Federico Cantoni; el busto de Arturo Beruti; los sapitos de bronce la fuente de la plaza 25 de Mayo; la matriz cincelada en cobre del escudo provincial y el Monumento al padre salesiano Antonio Garbini, entre otras obras.
Su muerte se produjo en 2003, a los 90 años de edad, dejando un legado invaluable.
Por Antonio Díaz Ariza
Docente-Escritor