Benicio Maratta tiene 5 años y desborda de curiosidad por todo. Un talento que viene marcado por la herencia, por el tiempo de entretenimiento en pandemia y por la admiración propia de los chicos de su edad. Su interés pasa por todo aquello que se obtiene cuando se mezclan productos o elementos y de eso surge algo súper novedoso.

Primer punto. Beni es hijo de Ariel Maratta, doctor en Química e investigador del Conicet en el área de Nanotecnología. Con ese precedente es difícil no heredar la pasión por las ciencias.

Segundo punto. Los chicos de su edad mantienen un grado de interés por todo lo que rodea al hombre, y dicen los que saben, que si esa condición innata se mantiene con la motivación, no acaba jamás.

Tercer punto. La pandemia motivó a los padres a buscar entretenimientos para que los chicos pasaran mejor el tiempo de encierro, y fue ahí donde el papá y la mamá -Silvia Benito Bindi-, de Beni aprovecharon para jugar haciendo experimentos.
Aquí viene el cuarto punto y, quizá el más importante. Beni se divierte, la pasa bien. A tal punto que su papá fue convocado por la maestra del jardín del Bosque del Colegio San Pablo, para hacer ensayos con los compañeritos de sala a quienes él ya les había contado de esta aventura.

A diferencia de su comportamiento en el laboratorio donde se desenvuelve con total soltura, al momento de hablar se vuelve tímido. "A mi me gusta hacer experimentos, no hablar", dice con toda razón. Cada uno en lo suyo.

Desde pequeño reclamaba jugar con burbujas, hacer cohetes de agua, y todos aquellos juegos que invitaran a la sorpresa. Tanto que hasta la fecha sus papis no han podido convencerlo de practicar algún deporte. Esperan lograrlo a corto plazo.

En la escuela, Ariel compartió algunos de los experimentos que hace con Beni en su casa como el de la botella aplastada. Lógicamente, Beni fue su mano derecha. Este consiste en colocar una cucharada colmada de bicarbonato de sodio, agregar 100 mililitros de vinagre, luego agitar levemente para favorecer la reacción química. Esto produce una efervescencia blanca y espumosa de dióxido de carbono. Enseguida viene la segunda parte cuando se agrega dióxido de sodio y la botella se comprime. Por supuesto que en cada experiencia los chicos cuestionan, preguntan e indagan sobre las causas, y como Beni, todos quedan fascinados.

Otras reacciones químicas que ya aprendió y también llevaron a la salita de 5 fueron: medusas químicas, lámpara del genio, algodón explosivo (nitrocelulosa), que se enciende tan rápido que desaparece al instante. Muy mágico.

Todo esto genera tanta emoción y alegría en los niños que sirve de detonante para continuar con los experimentos.

Así vive y juega Beni, porque es la actividad que lo atrapa y no sólo en el laboratorio sino también en la cocina de su casa. Es que allí no sólo realiza experimentos con su papá sino también con su mamá y su niñera. Tortas, budines y galletas están dentro de su interés. En definitiva surgen de una mezcla que tiene un resultado exquisito. Otra forma de hacer ciencia.

A tan corta edad, pero con un grado avanzado en lecto escritura, ya tiene un par de libros de ciencia a los que no les da sosiego. Claro que aquí encuentra un caldo de cultivo para seguir indagando y experimentando con la ayuda de papá, aun cuando Ernestina, su hermanita menor (2 años), los interrumpe como es lógico.

Un talento que sobresale para la edad, y que sus papis no dudan en fomentar para que ese interés del ¿por qué suceden las cosas?, no desaparezca jamás.