Aquel US Open del 2018 la empujó a la fama, al reconocimiento mundial casi inmediato. El trampolín que le permitió balancearse rumbo a la cima del tenis femenino. Ese Grand Slam, el primero de su carrera, también fue su condena interna. Desató una tormenta silenciosa que durante las últimas horas atravesó para siempre su presente deportivo. Naomi Osaka no se escondió en eufemismos. Aunque primero intentó elegir un camino de silencio en pleno Roland Garros para resguardar su intimidad, la empujaron a hablar. Y lo hizo. Pero esta vez, para explicar que se bajaba del torneo –a pesar de ser una de las figuras del circuito– por “largos episodios de depresión” .
“He sufrido largos episodios de depresión desde el US Open de 2018 y me ha costado mucho lidiar con eso. Cualquiera que me conozca sabe que soy introvertida, y cualquiera que me haya visto en los torneos se dará cuenta de que a menudo uso auriculares, ya que eso ayuda a calmar mi ansiedad social”, escribió en uno de los fragmentos de la extensa carta que compartió en sus distintos perfiles de redes sociales donde cosechó miles de mensajes de apoyo, entre ellos los del mítico atleta Usain Bolt, el legendario piloto de Fórmula 1 Lewis Hamilton o de la figura de la NBA Kyrie Irving.
En el mundo del deporte se desató un sismo con epicentro en el circuito del tenis femenino. Osaka es una súper estrella, pero antes que nada es una mujer de 23 años a la que en septiembre del 2018 se le vino el mundo encima para bien y para mal. El US Open de esa temporada fue el primero de los cuatro títulos de Grand Slam que coleccionó hasta ahora (Australian Open 2019 y 2021, y US Open 2020, los otros), pero también el que la puso en un incómodo lugar. Su imagen recorrió el mundo por un hecho ajeno a su gran rendimiento personal. Aquel día, Serena Williams protagonizó un sinfín de polémicas principalmente con el umpire y depositó a la tenista japonesa en un sitio extraño que conjugó alegría y tristeza por igual.
Con apenas 20 años y parada al lado de una leyenda que además era su ídola, Osaka agachó su cabeza durante la premiación más importante de su vida y escondió sus ojos detrás de una gorra lo más que pudo en medio de una silbatina ensordecedora que nadie entendía bien a quién iba dirigida. Las lágrimas no eran de emoción, eran de dolor. “Me sentí un poco triste, porque no estaba muy segura de si me estaban abucheando o si no era el resultado que querían. También soy simpatizante de Serena, porque he sido fan de ella toda mi vida, y sabía lo mucho que la multitud quería que ganara. No sé, estaba muy emocionada allí arriba”, dijo por entonces a la cadena NBC Today como si hubiese sido culpable de un hecho que la excedía por completo.
No es casualidad que Naomi haya marcado ese evento como su punto de inflexión psicológico. El éxito deportivo vino acompañado por la irritación personal silenciosa con pequeños llamados de atención que nadie hilvanó con seriedad. El meteórico ascenso la depositó en el número 1 del mundo apenas cuatro meses después de ese título en Estados Unidos producto de la obtención de su segundo Grand Slam en tierras australianas durante enero del 2019.
A la distancia, sus declaraciones ya permitían entender que estaba deambulando por una compleja saturación en silencio. “Todavía estoy shockeada”, reconoció minutos después de vencer en la final a Petra Kvitová por 7-6, 5-7 y 6-4. “Literalmente traté de apagar todos mis sentimientos. Me sentí un poco vacía, como si fuera una especie de robot”, se sinceró.
Dos hechos de aquella jornada en el Rod Laver Arena hoy toman un valor trascendental. Naomi estaba 7-6 y 5-3 en el segundo set, con un 40-0 a su favor. Petra acertó una bola espectacular, Osaka envió lejos la siguiente y también desperdició el tercer punto de título con un revés largo. Luego, cedió el siguiente game con su servicio (15-40) principalmente por fallos en golpes fáciles para aquel que estaba sentado en una tribuna, pero que seguramente fueron los más complejos de su vida para ella. De casi ganar el título, a perder el set. “Si no me hubiera reagrupado después del segundo set, habría mirado hacia atrás en ese partido y probablemente habría llorado”, confesó.
El tenis es un deporte solitario, hostil, de éxtasis repentinos y de derrumbes mucho más repentinos todavía. Como ocurre muchas veces, Kvitová no ganó aquel set, lo desperdició una Naomi que había perdido el rumbo inesperadamente. Con lágrimas en sus ojos, puso una toalla en su cabeza y se marchó al vestuario. Superó sus demonios internos deportivos, ganó en el tercer parcial y se apoderó de la copa, pero todavía la esperaba el otro gran oponente: hablar ante los espectadores. “Lo siento, hablar en público no es mi punto fuerte, así que espero poder superar esto”, dijo tímidamente desde el micrófono de la organización para todo el estadio con síntomas claros de incomodidad y ya exponiendo lo que dos años más tarde la empujaría a correrse de Roland Garros para evitar transitar por ese terreno.
Aquella victoria la propulsó al 1 del mundo –la primera asiática en alcanzar ese puesto– y también a ser la primera jugadora desde Jennifer Capiatri en 2001 que consiguió su segundo Grand Slam inmediatamente después de alzar el primero. Habían pasado semanas de esa gesta cuando otra vez dio una luz de alerta de su padecimiento tras perder en dos sets en el debut del WTA de Dubai: “No creo que necesariamente deba entender la posición en la que estoy en el ranking. El año pasado estaba muy lejos de poder llegar. La gente no me prestaba atención. Era algo con lo que me sentía muy cómoda”, se confesó con palabras entrecortadas, una sonrisa tímida y notablemente incómoda durante la conferencia de prensa. “No sé por qué estoy llorando…”, dijo repentinamente.
Sobre su espalda hay una especial historia deportiva, pero también personal. Naomi es hija de un ciudadano haitiano (Leonard Francois) y una mujer japonesa (Tamaki Osaka), su país natal pero no en el que se formó. Desde los tres años, la familia vive en Estados Unidos aunque ella no se siente precisamente norteamericana: “No necesariamente me siento como si fuera estadounidense. No sabría cómo se siente”. Ellos se conocieron en la universidad de Sapporo y mantuvieron la relación en secreto hasta que el padre de Tamaki se enteró y “estalló en indignación”, según narró el The New York Times. Escaparon de Hokkaido a Osaka, donde consiguieron trabajo y tuvieron a sus dos hijas (Mari y Naomi) pero finalmente optaron por refugiarse en Long Island con la familia de Francois.
“Vine a Nueva York cuando tenía tres años. Me mudé a Florida a los ocho o nueve y desde entonces entrené allí. Mi padre es haitiano, así que crecí en un hogar haitiano en Nueva York. Viví con mi abuela. Y mi mamá es japonesa. Yo también me agrupo con la cultura japonesa. Si estás diciendo estadounidense, supongo que porque viví en Estados Unidos, también tengo eso”, detalló en una rueda de prensa días antes de ganar su primer Grand Slam. Entre otras cosas, expresó su profundo amor por sus raíces y la cultura japonesa: “Me encanta todo al respecto. Amo la comida. Todo el mundo es muy agradable. Hay muchas cosas sobre Japón que son realmente geniales. Tengo muchas ganas de ir a Tokio”.
Allí mismo narró los orígenes de su familia y el suyo con claridad: “Vivo aquí, así que entreno en Florida. Creo que Florida es muy buena para practicar tenis. Y Haití, si alguna vez has conocido a una persona haitiana, es muy positiva. Y, literalmente, si eres amigo de ella, hará cualquier cosa por ti. Así que creo que es algo que es un rasgo realmente bueno, y estoy muy feliz de que mis abuelos y el lado de la familia de mi papá sea así”. Naomi recién volvió a ver a sus abuelos japoneses cuando cumplió 11 años y su madre consideró que ya era momento de retomar el vínculo con su familia.
Sin embargo, decidieron desde un inicio que sus hijas iban a representar a Japón. Si bien apenas vivió tres años en tierras asiáticas, el documentarlas con el apellido de su madre para facilitar la matriculación en el colegio de ese país quizás colaboró en el arraigo por su identidad oriental. “Tomamos la decisión de que Naomi representaría a Japón a una edad temprana. Nació en Osaka y se crio en un hogar de cultura japonesa y haitiana. En pocas palabras, Naomi y su hermana Mari siempre se sintieron japonesas. Nunca fue una decisión motivada financieramente ni fuimos influidos de ninguna manera por ninguna federación nacional”, explicó su madre al Wall Street Journal hace unos años sobre esa decisión que ella reafirmó a los 22 años cuando confirmó que representaría a Japón en los Juegos Olímpicos.
Como ocurrió con centenares de tenistas, su primer entrenador fue su padre Francois, que no tenía casi experiencia con las raquetas, pero se inspiró en la hoja de ruta que planificó para sus hijas Richard Williams, el padre-entrenador de Serena y Venus. Si bien tuvo como coach a Sascha Bajin y Jermaine Jenkins entre 2017 y 2019, su padre volvió a tener un rol central en el equipo de trabajo en el último tiempo más allá de que su tutor actual es Wim Fissette.
Una singular pieza del rompecabezas de esta historia se encajó meses atrás con el retiro del tenis de su hermana mayor, Mari, con apenas 24 años. “Fue un viaje que no disfruté”, afirmó la tenista que alcanzó el 280° del ranking hace ya tres temporadas.
En un abrir y cerrar de ojos, Naomi pasó de ser la joven promesa, a una estrella que cosechó casi 20 millones de dólares en premios deportivos, que alzó cuatro Grand Slam y se convirtió en una referencia del mundo deportivo con más de 2 millones de seguidores en Instagram y otro millón más en Twitter. Su talento innato para el deporte y su carisma posaron los flashes sobre su cabeza. No es un dato menor lo resonante de su perfil virtual si se tiene en cuenta que la actual 1 del ranking, la australiana Ashleigh Barty, apenas tiene 245 mil seguidores en IG y ni siquiera la popular Simona Halep la alcanza con su millón y medio de fanáticos en esa plataforma. Para ser justos, Osaka es la que más adeptos colecciona en todo el Top Ten por detrás de los 13 millones de la ya mítica Serena Williams y muy por encima de las otras deportistas que ostentan entre los 200 mil y los 700 mil seguidores.
Sin ir más lejos, la revista Forbes le contabilizó ganancias por un total de 37.4 millones de dólares en un año entre premios y sus 15 patrocinadores de primera línea, superando en ese 2020 a Serena Williams y estableciendo un nuevo récord de dinero acumulado para una atleta femenina en un sola temporada tras el registro de la rusa Maria Sharapova en 2015 (29.7 millones).
Osaka es una figura deportiva, pero en paralelo una influencer que las marcas y las revistas quieren tener en portada. “Osaka es una cara relativamente fresca con una gran historia de fondo. Combina eso con ser joven y bicultural, dos atributos que la ayudan a resonar entre las audiencias más jóvenes y globales. El resultado es el surgimiento de un ícono del marketing deportivo global”, explicó el fenómeno David Carter, profesor de negocios deportivos de la Escuela Marshall de Negocios de la USC.
Paradójicamente, Naomi no reniega de ese rol de centralidad en la sociedad que el deporte le otorgó ni da respuestas prefabricadas para satisfacer al público. Toma partido por causas delicadas como lo hizo utilizando tapabocas con los nombres de George Floyd o Trayvon Martin para exponer la violencia racial en Estados Unidos, su país adoptivo. “No usé camperas con capucha durante años porque quería disminuir las probabilidades de ‘parecer sospechosa’. Sé que su muerte no fue la primera, pero para mí fue la que me abrió los ojos de lo que estaba pasando”, reflexionó en su Instagram sobre el asesinato de Martin que ocurrió en 2012. “Las cosas tienen que cambiar”, alzó la voz desde sus redes. La foto que eligió por entonces es todo un síntoma de estas fuerzas que hoy en día pelean en su interior. Naomi lució sus habituales auriculares para “calmar la ansiedad social” pero eso no le impidió exponer con su tapabocas la postura que quería expresar tras el crimen de George Floyd.
Muchos persiguen ese éxito social, ser el centro de la escena, ganar millones y convertirse en un símbolo de las élites y las clases populares. Naomi no. Fue su don el que le permitió pasar del 140 del ranking al 1° en cuatro años. Pegar el salto del 44° escalafón al primero en apenas meses y con 21 años. Convertirse en la bandera de su amado Japón, país que nunca había alcanzado la cúspide del tenis mundial. La exigencia deportiva no parece ser un problema para ella, pero sí lo son las obligaciones que ese éxito en el tenis y su singular historia le impusieron. Comenzó a pagar en salud las ganancias del dinero. El cuerpo habló por ella por momentos. Se bajó del Roland Garros del 2020 por una lesión en el tendón de la corva izquierda, pero le hizo frente a los problemas y reapareció para ganar los últimos US Open y Australian Open que se disputaron.
Hasta que decidió apretar el botón rojo. Muchas veces había encendido las luces de alerta desde aquel triunfo histórico contra Williams que terminó empañado por el escándalo. Avisó que no iba a hablar con los medios durante la edición 2021 de Roland Garros: “A menudo he sentido que la gente no tiene en cuenta la salud mental de los atletas y esto suena muy cierto cada vez que veo una conferencia de prensa o participo en una. No hacer prensa no es nada personal con el torneo, un par de periodistas me han entrevistado desde que era joven, así que tengo una relación amistosa con la mayoría de ellos. Sin embargo, si las organizaciones piensan que pueden seguir diciendo ‘ve a la conferencia o te multarán’ y continúan ignorando la salud mental de los atletas que son la pieza central, entonces me voy a reír. De todos modos, espero que la cantidad considerable que me multan por esto se destine a una organización benéfica de salud mental”.
La advertencia se hizo realidad. Fue multada con 15.000 dólares tras el triunfo sencillo en el debut ante Patricia Maria Tig por no presentarse a la rueda de prensa. Según AP, las organizaciones de los cuatro torneos Grand Slam le informaron que debía presentarse en las conferencias de prensa porque a futuro podría sufrir castigos más duros como la descalificación. “La entiendo y empatizo con ella. Yo sé cómo se siente y la apoyo. Creo que ella ha tenido mucho coraje para haber hecho eso”, la apoyó el propio Novak Djokovic, número 1 del ranking ATP.
Osaka entonces le puso punto final al sufrimiento con una decisión drástica que abrió interrogantes sobre su futuro. Tomó un atajo perjudicial para su vida deportiva, pero que beneficia su salud. “Esta no es una situación que imaginé cuando publiqué hace unos días. Creo que ahora lo mejor para el torneo, los otros jugadores y mi bienestar es que me retire para que todos puedan volver a concentrarse en el tenis que se desarrolla en París. Nunca quise ser una distracción y acepto que mi momento no fue el ideal y mi mensaje podría hacer sido más claro. Aunque la prensa del tenis siempre ha sido amable conmigo, no soy una oradora pública natural y siento ansiedad antes de hablar con los medios de comunicación del mundo. Me pongo muy nerviosa y me resulta estresante”, comunicó en sus redes.
La tenista de 23 años reconoció que se sentía “vulnerable y ansiosa”, por lo que decidió “omitir” las conferencias de prensa para su cuidado. Incluso le escribió a la organización del Abierto de Francia para disculparse por anticipado. “Voy a tomarme un tiempo fuera de las canchas ahora. Pero cuando sea el momento adecuado realmente quiero trabajar con el Tour para discutir las formas en que podemos mejorar las cosas para los jugadores, la prensa y los fanáticos. Espero que todos estén bien. Los veré cuando los vea…”, avisó la actual número 2 de la WTA y activó una bomba en el mundo del deporte. La estrella en ascenso de una de las disciplinas más importantes del planeta ¿puede dejar de lado su carrera? Aquellos hechos que parecían aislados desde el US Open en adelante, hoy son los casilleros que explican a la perfección este doloroso desenlace.
Es cierto que lo que vive Osaka no es nuevo en el mundo del tenis. Los casos de este estilo brotan a la superficie con frecuencia. Tal vez la expresión más cruda de los conflictos psicológicos que genera el deporte de élite –y puntualmente esta disciplina– se pudo ver en la autobiografía Open que Andre Agassi publicó en el 2009. Es uno de los más emblemáticos, pero no es el único caso de este tipo. Hasta el propio Marcelo Chino Ríos, el símbolo del tenis chileno que fue N°1 en 1998, abrió su corazón semanas atrás para contar los problemas que todavía padece.
El tenis vive otro de esos sismos, pero esta vez es especial porque Naomi es el símbolo de una nueva generación y decidió exponer sus conflictos mientras está en la cima como un llamado a resolver lo que ya tantos otros expresaron una vez que se alejaron del circuito. La depresión y la ansiedad social que minaron el presente de Osaka son sucesos comunes en la sociedad actual y el deporte no está exento, aunque muchas veces diluye esas problemáticas detrás de los flashes sabrosos del éxito. Tal vez, el grito silencioso de Osaka pueda ser el quiebre definitivo para tratar estos temas. La WTA abrió un canal de diálogo con la jugadora para “discutir posibles enfoques que puedan ayudar a un atleta a manejar cualquier inquietud relacionada con la salud mental”, aunque aclaró que “los atletas profesionales tienen la responsabilidad con su deporte y sus fanáticos de hablar con los medios”. El US Open le ofreció “su apoyo y asistencia” y se comprometió a “mejorar la experiencia de los jugadores”. ¿Una apertura al cambio real o un espasmo para retener a la muchacha de oro?