Amén de un fallo tal vez injusto, escandaloso para algunos, el dato relevante que dejó ver la reciente pelea de Omar Narváez es la profunda mella que ha sufrido en atributos menos ligados a la técnica en abstracto que a los designios del Padre Tiempo.
Desde luego que esa certeza se revela insuficiente para cancelar un par de aristas soberanas que atañen al boxeador chubutense. La primera es expresada en la soberana ley de que un fallo injusto es negativo y cuestionable en sí mismo: Narváez había hecho méritos como para ser declarado vencedor o como mínimo para llevarse un empate.
Y en todo caso, así como antes de subir al ring del club Sportivo América de Rosario era suya la potestad de seguir en actividad, no será menos suya la facultad de buscar el desquite con Pablo Gómez en 2020, e inclusive de ir más allá. He ahí un derecho que le cabe en general y en particular en la medida que se alude a un deportista ejemplar y a uno de los mejores boxeadores argentinos del siglo XXI. Pero subrayados los atenuantes o los meros actos de justicia, no hay un solo motivo valedero para pasar por alto que Narváez ha sufrido, sufre, y sin vuelta atrás, el frío rigor de la acumulación de almanaques.
En Rosario se midió con un oponente de segundo orden, con casi tantos combates perdidos como ganados y entre los ganados a una abrumadora mayoría de novatos. Y frente a ese Gómez entusiasta, muy bien entrenado, vigoroso, incómodo a lo más, sufrió horrores para establecer un dominio más o menos claro y evidenció impotencia a la hora de conjurar embates que hasta no hace mucho (no es indispensable remontarse a su cresta de la ola) representaban cualquier cosa, menos una dificultad real.
Los reflejos no son los mismos, la velocidad no es la misma y la coordinación no es la misma.
Ya no se trata de lo que da Natura y que en términos de inteligencia persiste y tampoco se trata de lo que dona y sostiene la fragua del gimnasio: se trata, nada más ni nada menos, de los límites impuestos por los ciclos biológicos. Contra esos límites no hay quien talle. De finales de 2014 a estos días, el "Huracán" ha combatido nueve veces y en ese lapso ganó seis veces (en ningún caso en un pleito titular), fue noqueado por el japonés Naoya Inoue; y perdió por infinidad de puntos con el sudafricano Zolani Tete.
Ahora, cumplidos los 44 años, se diluyó hasta la mínima expresión ante un oponente elegido como peldaño de preparación hacia un nuevo intento por el campeonato del mundo.
¿Es dramático?
No, definitivamente no.
Ni dramático, ni penoso, ni necesariamente malo: Narváez ha sabido hacer lo suyo, que ha sido bastante, y el boxeo argentino se lo agradece.