"En el Día del Niño todo se troca en belleza y profundas emociones, y nos alcanza al paso del corazón remembranzas y aspiraciones, algunas logradas otras truncas".

En estos días el mundo homenajea con simpleza y a modo de reconocimiento a los niños, otorgándoles una jornada para su significación. Todo se troca en belleza y profundas emociones, y nos alcanza al paso del corazón remembranzas y aspiraciones, algunas logradas otras truncas. 

Me veo recorriendo aceras cercadas de moreras, recogiendo entre deditos manchados los blancos o morados frutos dulcísimos que el viento cálido ha esparcido en el suelo; llevarlos en el vasito de plástico y comerlos con unas gotitas de vino. O recoger del parque los coquitos de las palmeras que en muchos casos también nos entregaban dorados dátiles con los que mi madre hacía delicioso dulce. O manotear con miedo el racimo de rubia moscatel que se nos ofrece en tentación al costado del callejón, y luego correr. 

Pero también, como flechazo al centro, me viene el recuerdo de aquella nota periodística, símbolo trágico de la niñita hambrienta en un lugar de Sudán, que también pudo ser nuestro país, una criatura de color, de pocos años, desnuda y hambrienta, arrodillada sobre la tierra buscando su ración de comida. Detrás acaba de posarse un buitre esperando el desenlace, su cercana muerte. El comentario periodístico sobre el hecho dice que el fotógrafo que captó la escena espantó el pájaro y se fue a llorar bajo un árbol y al poco tiempo se suicidó, comentando antes, angustiado, que no había podido hacer nada por la criatura. 

En ese preciso instante, aunque no todos los niños son humillados tan ferozmente, fue mancillada la inocencia de otro infante; sangró la niñez de todas las criaturas del mundo; un niño murió sin enterarse que no es un animal y que es igual a todos los demás; los grandes estadistas debieron quemar los papeles; las reuniones de gabinete siguieron siendo al cuete; la justicia social ultrajada fue retirada a empujones a un rincón; en plena primavera hubo una flor que no pudo ser; en alguna escuelita humilde de algún lugar de la tierra un banquito de tierno álamo no será llenado jamás; una niña pobre nunca sabrá que puede ser besada en su adolescencia, que tiene el elemental derecho a un futuro de luz y amor y que la muerte por abandono y hambre es una vileza; un corazoncito indefenso dejará de latir para encontrarse en algún lugar oscuro con la indiferencia; los poetas llorarán a su modo, los banqueros seguirán haciendo cuentas; alguien que se juegue la vida por estas cosas seguirá siendo loco o enemigo público número uno y muchas veces preferirá morir por básica impotencia; en estas líneas casi inútiles me condenaré porque sé que no he podido evitar lo inicuo y tampoco sé bien cómo se puede hacer para lograrlo desde este rincón del planeta donde seguimos siendo casi un circo triste, aunque haya países que derrotaron la pobreza, la ignorancia y los dolores elementales; y la palabra de un Gran Hombre que, como otros menores salidos entre nosotros se desviviera por los suyos, nuevamente será desoída.

 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.