A medida que avanza el siglo XXI, en medio de avances sociales y tecnológicos, nos enfrentamos a una crisis del comportamiento humano que la vemos reflejada en una guerra, entre Rusia y Ucrania, en la que a diario mueren miles de civiles e inocentes y una serie de hechos de violencia que llaman la atención por su crueldad y por el objetivo que persiguen, que es dañar a sectores de la sociedad por simples diferencias ideológicas o por el solo fin de no compartir determinados criterios de pensamiento. En este contexto no se puede dejar de mencionar la matanza de 50 católicos en Nigeria, en plena misa de Pentecostés; la masacre de 19 alumnos y 2 maestros de una escuela de Texas, en Estados Unidos, por parte de un joven fuertemente armado; o los últimos hechos en que se han utilizado automóviles para atropellar deliberadamente a grupos de personas, como ocurrió recientemente en Berlín, Alemania, donde un auto particular embistió al menos a unas 30 personas provocando muertes y heridos. Como estos casos, a diario en todo el mundo hay otros tantos hechos de violencia generados por odio, crispaciones e intolerancia humana que se están volviendo habituales. A este conflictivo panorama hay que agregarle la situación de desesperanza y angustia por la que atraviesan las poblaciones devastadas por los 25 conflictos bélicos que hay actualmente en el mundo o los 82 millones de refugiados que necesitan en forma urgente de ayuda de todo tipo, incluida la educación que es un factor determinante para sacar de esta situación a cientos de miles de niños que viven en los campamentos dispuestos por las organizaciones humanitarias. La hambruna que comienza a afectar a algunos sectores del planeta es una luz roja encendida a la que hay que prestarle atención.
Está comprobado que el odio y la violencia no conducen nunca a un buen puerto. Y es lo que ha hecho que sistemas de gobiernos totalitarios, grupos terroristas, fracciones religiosas y otros grupos sectarios, se encarguen de fomentar situaciones que, por lo general, terminan en cruentos enfrentamientos en el que las víctimas son los sectores más desvalidos de la comunidad.
Promover la paz junto a un comportamiento más solidario con los sectores más necesitados, debe ser la consigna para forjar un nuevo mundo en el que los actos de violencia y la indiferencia den lugar a muestras de cordialidad y de comprensión, como también a un espíritu de fraternidad que hagan que la vida sea un poco más llevadera en una búsqueda por alcanzar un sentido más humano. Los líderes y mandatarios de todo el mundo deben comprometerse con esos objetivos, que es para lo que deben ser elegidos y no para infundir odios y divisiones.
