Los hermanos De La Torre hicieron de la canción "San Juan en otoño" un himno que identifica a la provincia.

Cuando chico, no me gustaba que llegara marzo. Pasaban la Navidad, Año Nuevo, Reyes, en febrero los carnavales y después, la proximidad amenazante de marzo. Fin de las vacaciones. Otra vez a la escuela. Marzo venía con ese aire fresquito que los grandes agradecían, pero me parecía no otra cosa que el preludio de los grises días del invierno. Las hojas comenzaban a amarillar, caían y para mí era basura para barrer, alzar y tirar. Mientras, veíamos la cara de la maestra por todos lados, cuando se acercaba el día de comienzo de clases. Definitivamente, marzo no me gustaba. Después, ya en los años adolescentes, cuando empezó a picar "el bichito del amor", como dicen, la cosa fue cambiando. La expectativa por conocer las compañeritas del secundario, esas "flores de un día" a las que cantó Gardel, profusas en encantamiento, juramentos y traiciones, hizo el milagro que marzo trocara a lindo. Y esperado. En esos años, descubrimos que el ocre de las hojas, tapizando las veredas y tapando las acequias, tenía una ensoñación que ya habíamos escuchado, pero no advertido, en viejas canciones y poemas. Entonces nació una canción, que vino a consagrar todo ese, para nosotros, nuevo panorama. A ser como otro otoño, dentro del otoño. Es decir, el mismo otoño, pero distinto, desnudo en su íntima belleza, que pintaba todo de un color nuevo, asombroso y natural. "San Juan en otoño" fue esa canción, y los hermanos De la Torre, Raúl y Hugo, sus autores e intérpretes. Desde ahí, para mí, el otoño tuvo nombre y apellido. Desde ahí caí en la cuenta que la vendimia "reposaba", que las rosas que veía eran "las penúltimas", y que lo que hacíamos en las siestas, auscultando por entre los árboles, no era otra cosa que "extraviar el pulso en el informal desafío de los pájaros". ¡Qué grande, Raúl! Qué emocionante reconocer mi San Juan en esos versos inmortales. Frente a su tumba, todavía vacía, y ante el cuerpo inerte de Hugo, arrancándonos lagrimas secas, le oímos decir al aparcero Darío Bence, siete palabras, que impactaron el lugar exacto donde anidaba nuestra congoja: "Será triste este otoño en San Juan". Lo vi a Raúl, recién estrenando su soledad, conmoverse y mirar al cielo. Era enero, pero el aparcero puso, certeramente, el otoño en el cenit de esa tarde. Se iba uno de sus dueños, y estaba bien recordarlo. Siempre me pregunto, dónde abrevan estos poetas el manantial de sus versos. Gracias al Creador, tuvo nuestra tierra a Hugo y Raúl de la Torre, para que el otoño sobrevuele todas las estaciones del año y nos embriague por siempre el espíritu, de sol y sanjuanidad. 

Por Orlando Navarro
Periodista