El tranquilo pueblo denominado Villa Cura Brochero en las serranías cordobesas.

El espíritu emprendedor del Cura Brochero, fue como un huracán benefactor que movilizó todo el valle de Traslasierra, en Córdoba. Tanto en lo material como lo espiritual. Teniendo como norte producir la evangelización de ese pueblo atrasado e indigente de 10.000 habitantes, hacia 1869, supo ver cristalinamente que su tarea debía completarse con la asistencia a las necesidades de su futura feligresía. Fue así como supo llegar a gente de poder y animar su espíritu laical, para hacerse de los fondos necesarios para la gran tarea que se propuso llevar adelante. El gobernador de Córdoba y futuro presidente de la República, Miguel Juárez Célman, acaso represente con mayor fidelidad ese grupo de personas que se dejaron convencer por la enjundia de ese cura de pueblo, indomable en su aspiración de hacer el bien. Juárez Celman había sido compañero de escuela de Brochero, y eso facilitó sus planes. Fue así como pudo, con la colaboración de los pobladores que vieron en él la encarnación de la Providencia, construir caminos entre las sierras, sobre todo por las Altas Cumbres, y otras que unieron poblados hasta entonces desconectados entre sí, que van desde la Pampa de Pocho hasta Villa Dolores. Iglesias, capillas y escuelas por doquier, una estafeta postal y un telégrafo, también formaron parte de ese "plan de obras” que llevó el progreso a la zona. Una amplia red de canales, y sus consecuentes puentes y acequias, favoreció la reconversión de la aridez de esas tierras, en fértiles praderas para productos del campo, completados con un acueducto que llevó agua desde el Río Panaholma al pueblo de lo que hoy, y desde 1914, se conoce como Cura Brochero. Como marco de su misión pastoral, construyó, siempre con la colaboración de los lugareños, la Casa de Ejercicios Espirituales de Traslasierra, que inauguró en 1877. Su hombría, espíritu de arrojo y valentía, quedaron expuestas en algunas acciones que la historia recuerda y resalta. Como aquella vez en que no dudó meterse con su mula en las torrentosas aguas del río, para salvar la vida de un paisano que ya se ahogaba, o cuando abandonado la canonjía de la Catedral de Córdoba, en los finales de su carrera sacerdotal, decidió retornar al Valle de Traslasierra, donde evidentemente se sentía más a gusto, con su espíritu gaucho rebozando a pleno en su corazón. Dicen los narradores que Brochero, en el acto de renuncia y al despedirse de sus ilustrísimos colegas, "se quitó rápido la muceta (prenda corta suele usarse sobre la toga) como si le molestara y la entregó con gracia diciendo: este apero no es para mí lomo, ni esta mula para este corral”. Estas expresiones revelan el espíritu campechano y directo del cura, así como su declinación a orlas o distinciones. 

Por Orlando Navarro
Periodista