Las elecciones ordenadas por Nicolás Maduro para renovar la representatividad parlamentaria se celebraron el domingo pasado con una participación de sólo el 31% del padrón (en 2015 fue del 71%), según el Consejo Nacional Electoral en manos del chavismo, cifra que muestra el rechazo de los venezolanos a otra parodia institucional. La reacción popular fue espontánea ante una oposición dividida y apática, como también sin miedo a las amenazas del régimen a quienes se abstuvieran.

No surtieron efectos las advertencias del poderoso Diosdado Cabello "si no vota no come" en referencia a las dádivas del oficialismo, ni las presiones a las empresas para despedir a quien no cumpla con la convocatoria. Tampoco las exhortaciones de gobernadores, alcaldes y dirigentes del partido del Gobierno para ir a los centros de votación, prácticamente vacíos durante la jornada.

El Consejo Permanente de la OEA emitió el miércoles una resolución con el apoyo de 21 países, dos rechazos y cinco abstenciones -incluyendo Argentina- declarando fraudulentas a estas elecciones por una serie de razones documentadas, como desconocer el derecho internacional, falta de imparcialidad y transparencia, no contar con la participación de todos los actores políticos y de la ciudadanía, no liberar a los presos políticos, no tener independencia la autoridad electoral y sin observación internacional independiente y creíble. 

La Unión Europea también se sumó al rechazo y pidió la celebración en Venezuela de elecciones legislativas y presidenciales, inclusivas y transparentes. Es lamentable que nuestro país haya justificado su abstención con argumentos inconsistentes para mantener una posición similar a la de México, Cuba, Guatemala e Irán, entre otros aliados o consecuentes con al chavismo.

Con estas elecciones cuestionadas en el plano internacional, Nicolás Maduro recuperó la Asamblea Nacional, el único poder que estaba en manos de la oposición liderada por Juan Guaidó, proclamado presidente interino de Venezuela en enero de 2019, con el reconocimiento de decenas de países.

Guaidó, como Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial, siguen sin recuperar la estrategia política que la gran mayoría del pueblo venezolano espera para derrotar al régimen con el voto en condiciones electorales transparentes.

El drama venezolano, con una crisis humanitaria histórica y agravada por la pandemia, debería tener una condena contundente de quienes se sienten defensores de los derechos humanos y de la democracia, dejando de lado la ideología hipócrita que soslaya a la cruel dictadura.