En este contexto de la cuarentena nos hemos replanteado muchas cosas de la realidad actual, pero "es una ingenuidad enorme creer que sirve de algo en el mundo dar gritos y ponerse a vociferar, como si en ello pudiésemos cambiar el rumbo de nuestro destino", dijo el filósofo danés Kierkegaard. Es necesario para poder cambiar nuestro destino mirar hacia nuestro interior para salir de nosotros mismos y dar el salto hacia aquel que vive una realidad distinta a la nuestra. Es imprescindible reconocer la realidad tal cual es, con sus crudezas, logros, pero no tanto en el quedarse con el lado del vaso vacío o lleno, también con sus distintos matices de grises para abrirse a aquello que nos desborda. Es importante aceptarlos como se nos presentan, sin perdernos en circunloquios de la nada misma. Al respecto, el repetir las mismas recetas anacrónicas, consistiría en quedarse atado al pasado.
¿Cuándo nos ponemos a vociferar y a dar gritos? Cuando vemos claro el pasado porque lo manejamos a gusto, pero ignoramos el futuro al que el solemos temer, abstraídos de la realidad. En la era del homo tecno la ética del otro que irrumpe interpela hoy más que nunca: "el otro" es el que está a nuestro lado, y "lo otro", es el Covid-19 que invita a salir de las viejas recetas con un ansia de logros. Urge el crear porvenir, futuro, que ayude a ser más humano, terriblemente humano, para evitar el ser absorbido por la hiperconectividad del internet y la máquina.
"¿El grito o el lanzar frases estentóreas al tinte de los matices del momento sirven para cambiar la historia? Para nada…".
Es decir, pongamos un ejemplo concreto a estas ideas: imagínese cuando Usted iba a una parrilla a festejar algún evento importante, si podía hacerlo, donde, y le pedía al mozo: ¡Epa, deme un buen trozo de bife de chorizo con poca grasa y acompañado del mejor vino de uvas añejas! Y, era probable, antes de la pandemia, que el mozo no escuchase en medio del bullicio de la labor rutinaria a estas suplicas vociferantes. Era más probable que trajera la carne con la que contaban en ese momento, anteponiendo el paladar de todos los clientes. Y, era mucho más probable que aquello gritos nunca llegaran al cocinero. Por eso muchos aprendimos a no gritar por gritar nunca.
¿El grito o el lanzar frases estentóreas al tinte de los matices del momento sirven para cambiar la historia? Para nada, porque se comparan cuando alguien le grita al mozo del restaurante repleto de gente. ¿Por qué alguien llega a gritar o a volverse un verborrágico empedernido? Porque es más fácil levantarle la voz al camarero que traiga a la mesa lo que uno quiere, que levantarse de ella, y observar si la cocina podrá cumplir con las expectativas.
"Nadie puede ser bienaventurado, sin que desee, al mismo tiempo, ser, obrar y vivir, esto es, existir en acto", decía Baruch Spinoza. Uno vive y obra siendo aquello que quiere ser. Se actúa sobre la realidad cuando no lo calla más y la saca para afuera. Spinoza decía que el odio es una de las pasiones tristes: se odia y grita desde la tristeza, cuando sin un sentido de ser y obrar alguien vocifera, cuando se buscan culpables afuera, sin tener la capacidad de saber mirar uno hacia adentro. Construir rumbo es actuar, y hacer la nada es el atacar, aferrarnos al pasado por miedo a desdibujarnos en el presente.
Se puede encontrar un rumbo al destino desde las mismas acciones cotidianas del amor, pena, alegría y trabajo. Y, si la pena desborda y hace decir irrelevancias hay que salir del restaurante a campo abierto, para buscar un amigo… el eco. "Y ¿por qué el eco puede resultar mi amigo? Porque amo mis penas y él no me las quita. Tampoco tengo más que un confidente…, el silencio de la noche. Y ¿Por qué puede ser mi confidente? Porque se calla". ¿Las palabras con sentido edifican y llenan?
Por Diego Romero
Periodista, filósofo y escritor.