Sin duda que para conseguir el título de "papá", no hace falta sólo tener un hijo. Es la dedicación, el amor, la compañía, el sacrificio, entre tantos otros valores que un hombre decide dar. Tampoco alcanza sólo el título de "maestro", para convertirse en un guía responsable de sus alumnos. Es que para esto también es vital poner esa cuota extra que no se aprende en los claustros sino que se lleva como vocación. Del mismo modo, así como muchas maestras se convierten en la segunda mamá de los chicos, ahora también varios hombres docentes son los segundos papás de sus alumnos. Aquí dos casos dignos de conocer, de hombres que decidieron dar esa cuota de amor tanto a sus hijos como a su alumnos. Uno, es Ricardo Alcaráz, docente de nivel inicial en la ENI 25, Gabriel García Márquez de Los Berros, Sarmiento, y Daniel De la Rosa, maestro de cuarto grado en la escuela Juan Mantovani de Albardón.
El "profe" de Jardín
La primera duda de los chicos es como llamar a Ricardo: ¿seño, maestro?. Quizá para los grandes sea una complicación, pero no para los niños que fácilmente optan por decirle "profe", aunque no falta a quien se le escape un "pa"o "papi". ¡Cómo no!, si sus alumnos son de la Salita Verde de la ENI 25 de los Berros, una de las pocas en las que se ha implementado el Jardín de 3, y en la que él es titular desde este año.
Ricardo, es uno de los tres maestros de nivel inicial que son titulares en toda la provincia. Se recibió con 37 años porque fue en ese momento cuando pudo cumplir el sueño de estudiar en la Escuela Normal de Caucete.
Nacido y radicado en 25 de Mayo, tuvo una linda niñez en una finca de la zona donde su papá era jornalero y su mamá empleada doméstica. De ellos heredó la voluntad para lograr objetivos "con esfuerzo y dedicación". Trabajó en la cosecha de uva, en la poda, en la construcción, en una carpintería, en una empresa dedicada a la exportación de uvas de mesa, siempre guardando algo de plata para poder estudiar.
"Soy el único varón de la familia, tengo dos hermanas mayores y dos hermanas menores. A mi siempre me gustaron los chicos, quería estudiar maestro porque sabía que podía llegar a ellos en sus primeros pasos en la escuela. Así fue que con mucho sacrificio, creo que como el que hacen todas las personas, pude estudiar en Caucete y recibirme. Pedí trabajar de corrido en la finca para llegar a mi casa, apenas comer, bañarme e irme a estudiar. Mi mamá, con 67 años me ayudó mucho para lograrlo. Me recibí grande porque cuando terminé la secundaria me dediqué a ayudar a mi familia para que mis dos hermanas menores también pudieran ir a la escuela. También formé familia de grande, recién a los 39 años cuando conocí a Andrea y tuvimos un hijo, Catriel de 4 años".
Actualmente debe recorrer cerca de 70 kilómetros en dos colectivos para llegar a la escuela de Los Berros, aunque él no reniega en absoluto de este esfuerzo porque comprende que hay docentes "mucho más sacrificados". La Salita Verde funciona en el interturno de 10.30 a 14.30 para lo cual debe salir de su casa a las 6.30 y regresa alrededor de las 17 ya que entre un colectivo y otro debe caminar 3 kilómetros.
"Siento mucho orgullo de ser maestro jardinero, además me recibí con otro muchacho, Marcelo Angulo, también de 25 de Mayo, que también trabaja aunque no aún no es titular, y coincidentemente es casado con una prima mía. Por ser varón, son más los padres los que se sorprenden al encontrarse con un maestro de jardín, pero los chicos lo toman con naturalidad como si uno fuera un segundo padre", cuenta.
A esto se suma que su hijo tiene prácticamente la misma edad que sus 16 alumnos, y lo acompaña a muchos actos escolares, aunque los celos afloran de inmediato.
"Llego y los chicos me abrazan, quieren estar conmigo, lo normal que sucede con los pequeños de jardín, pero Catriel se pone muy celoso, se da cuenta que me tratan como si fuera el padre. A algunos se les escapa decirme pa, y yo siento que soy como una extensión del padre", relata.
Ahora está muy feliz de formar parte de esta nueva etapa en la educación provincial que comienza a sumar salitas de tres años, ya que es una prueba para implementarlas luego en todas las escuelas. "Estoy muy feliz aunque entiendo que a mucha gente le parezca raro que un hombre se preocupe porque los niños no se caigan o haya que limpiarles la nariz o ayudarlo a lavarse las mano".
"Es un hombre humilde y muy bueno, orgullo de nuestra escuela", dice Marisa Zeballos, directora del establecimiento sobre Ricardo, el mismo que ahora sueña con hacer un profesorado y sumar un par de hijos más a la familia.
De vocación docente
Daniel siempre tuvo la certeza que quería ser "maestro", pero por esas cosas de la vida decidió retar al destino. Así fue como comenzó a estudiar informática aunque todo indicaba que su camino era otro. Con 23 años se recibió de profesor de enseñanza primaria y ya cuenta con la misma cantidad de años en la docencia. Entre sus logros figura haber sido muchos años maestro de primer grado, haber tenido compañeras "increíbles", como las maestras de la Escuela Abenamar Rodrigo en Santa Lucía, y haber recibido este año al primer alumno hijo de una de sus primeras alumnas. Un profe con todas las letras, que se emociona cuando algún joven "lo reconoce y recuerda después de años".
Es lo que se llama un maestro de vocación, que no pretende un ascenso porque lo suyo es estar al frente de un grado lleno de niños en edad de aprender todo lo que será útil a lo largo de su vida.
El sabe que al haber pocos hombres en las aulas, más aún en los primeros grados, muchos de los conceptos impartidos quedarán en la memoria de los chiquitos, pero su mayor aspiración es que lo recuerden por lo que dejó.
"En la escuela primaria los chicos más pequeños te toman siempre como un papá, muchas veces se equivocan y te llaman papi. Cuando hay un maestro en la escuela, ésta cambia un montón porque la figura del hombre la toman como jefe de familia, yo lo veo con el comportamiento de los chicos. Nunca me costó mantener el orden y la disciplina", relata Daniel, quien además cuenta que a los padres les encanta que sus hijos tengan un maestro varón.
El es papá de Hernán de 12, Joaquín de 10 y Paula de 9, quienes también conocen su lado docente. Es que por costumbre siempre les hace una evaluación antes de cualquier prueba prevista por sus propias maestras.
"María Eugenia, mi señora también es docente de Educación Especial en la Escuela Braile, pero quien toma las pruebas y controla tareas soy yo. Si no lo hago ellos mismos me lo piden para saber si está bien lo que estudiaron. Son muy buenos hijos y muy responsables, de hecho el más grande fue abanderado", dice con orgullo.
"Reconozco que después de tantos años de docencia uno se cansa un poco, pero nunca he perdido la pasión por mi profesión. Siempre estoy atento a las necesidades de los chicos, pensando en que cosas nuevas se pueden sumar a la clase", cuenta.
Para completar sus ingresos por la mañana se "viste de administrativo", tal cual él mismo dice, para trabajar en la Municipalidad de Albardón, lo que le permite salir y cruzar a la escuela que queda a una cuadra exactamente.
Daniel es el único maestro de la Escuela Juan Mantovani, pero no el único en el departamento. "Albardón está bendecido por maestros porque ocurre algo inusual ya que somos cuatro los maestros en distintos establecimientos que estamos al frente del grado", indica.
Asegura que "va a morir en el grado", porque es lo suyo. Al menos hasta ahora no tuvo la mínima aspiración de ser director o ascender a otro cargo porque esta es la vida que eligió.