
Suelo pensar, como muchos, que para buscar una salida al riesgoso presente por el cual pasa nuestra economía, y por ende la calidad de vida de los argentinos, haría falta un acuerdo social. Basado en un programa común, que por lo menos se extienda por los próximos 20 años. Pero esto suena a idílico, impracticable. Está de por medio el factor humano, sus ambiciones, sus pasiones, que tiran de la cuerda e impiden el consenso.
Pienso en los prohombres que forjaron nuestra historia. Pienso en los de mayo de 1810, o de julio de 1816 en Tucumán. Pienso en la generación del 80, Sarmiento, Mitre, Pelegrini y Julio Argentino Roca, para muchos el hacedor de la Argentina moderna. Para otros un genocida. Una historia para analizar desapasionadamente y aprender de ella, porque genocida o no, lo cierto es que Roca estableció las bases, con aquéllos, de la Argentina de desarrollo que conoció el mundo en los primeros años del siglo XX.
Para eso debió acordar, convencer. Y durante años convivieron la paz y el trabajo entre los argentinos. Por supuesto que hubo matices, no todos fueron "almas bellas”. Pero el objetivo estaba claro y la buena fe en la administración de los fondos públicos, permitió fluyera el crecimiento.
Perón estaba convencido que Balbín era el hombre indicado para lograr el consenso y respaldo necesarios para su plan de pacificación nacional.
El abrazo histórico
Pero pienso más acá todavía. Pienso en el abrazo de Perón y Balbín. Hay historiadores que sostienen que entre 1971 y 1972 se produjo un notable cambio en el pensamiento de Perón. En España se estaba preparando para el regreso y en Argentina lo esperaba una realidad difícil. Por un lado Alejandro Lanusse insistía en que "las urnas están bien guardadas”. Por otro, el general Roberto Levingston sostenía que "la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina es para este gobierno una decisión irreversible”. Y por otro, la guerrilla que, según Perón, estaba infiltrada por la izquierda, y no pensaba dejar la lucha armada. El viejo líder se impregnó, entonces, de una idea fundamental: vendría a pacificar la República.
Luego, tomó él la iniciativa. Tenía en alta estima al líder radical Ricardo Balbín, y superando la antigua rivalidad con éste, a quien incluso recluyó en la cárcel, le envió una carta personal. Estaba convencido que era el hombre indicado para lograr el consenso y respaldo necesarios para su plan de pacificación. La misiva, que trajo su delegado Jorge Daniel Paladino, decía entre otras cosas. "Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado”.
Más adelante, conciliador, agregaba. "Tanto usted como yo estamos amortizados, casi desencarnados. Ello nos da la oportunidad de servir a la Patria en los momentos actuales, ofreciendo una comprensión que nos haga fuertes para enfrentar, precisamente la arbitrariedad de los que esgrimen la fuerza como única razón de su contumacia”.
Según el libro de Adrián Pignatelli, "Balbín, el presidente postergado”, en el primer encuentro, habría dicho. "Doctor Balbín, usted y yo nos tenemos que poner de acuerdo porque somos el 80% del país”. Evocando el encuentro, el radical recordó: "En noviembre de 1972 fue como si siempre nos hubiésemos hablado, ¡cosa curiosa! ¡Fue como dejar de lado todo lo de ayer para empezar un camino nuevo! Todo resultó fluido, fácil, cordial”.
Un intento que podría imitarse
Anciano y enfermo, Perón volvió definitivamente el 20 de junio de 1973. Días antes el entonces mandatario Héctor Cámpora, y su vicepresidente, Vicente Solano Lima, habían renunciado a sus cargos para dejarle a Perón el camino libre. En realidad, Perón estaba disconforme con Cámpora y su corto gobierno iniciado el 25 de mayo de aquel año, porque a su entender le había dado mucho espacio a la izquierda del movimiento.
Pero López Rega trabajó para anular ese deseo del presidente. En los días cercanos a la muerte de Perón, afirmaba: "que mal que está Perón que quiere dejar a Balbín en su lugar”. Entonces, aquella intención con Balbín, no fue posible. Una oportunidad perdida y que pudo evitar el derramamiento de sangre posterior a estos acontecimientos.
Pero fue un intento, que bien podría imitarse en estos días de tanto descalabro. Aunque dudo que existan dirigentes con la estatura de aquellos dos, por lo menos en la política nacional. Tal vez en el interior es donde residen hombres con claridad de pensamiento, voluntad política y espíritu patriota, capaces de consumar ese acuerdo nacional.
No habría que esperar "llegar a viejo” para recién recapitular y dar un viraje en orden a un objetivo común. Ese póstumo acto de grandeza y desprendimiento de aquellos ancianos líderes, debería ser imitado ahora, por quienes se sientan impregnados de esa nobleza de espíritu. Las urgencias nos están golpeando las puertas, y la Patria está esperando.
Por Orlando Navarro
Periodista
