Ocurre muy de vez en cuando, pero cuando pasa tiene el encanto de los trucos de magia, esa sensación de ver algo impactante que preferimos atribuir a los milagros antes que a su explicación lógica. Cuando anoche la figura de Phil Collins apareció en el escenario montado en el estadio de Instituto, con el caminar lento e irregular que obliga el bastón, tuvo lugar uno de esos momentos, una imagen para atesorar por siempre en el disco rígido de nuestros corazones. La explicación racional sería que el músico inglés decidió volver a las giras luego de severos problemas de salud y entre las fechas del tour, luego de apretadas negociaciones, se decidió que uno de los recitales argentinos fuera en Córdoba.

 

Dicho así suena lógico, burocrático: aburrido. Pero también podemos pensarlo como una revancha de la nostalgia, la concreción de un sentimiento compartido por miles de personas –treintañeros, cincuentones, mucho no importa– que se llegaron hasta Alta Córdoba para disfrutar en tres dimensiones al hombre que vieron tantas veces en la tapa de discos como Face value o No jacket required, el artista que musicalizó innumerables encuentros románticos, el mismo tipo que con su pop fino y sintético puso a bailar de manera frenética a toda una generación en las pistas de los boliches.

 

 

Sí, el hombre que salió desde un costado hacia el centro del escenario, donde lo esperaba una silla y una mesa, era el mismísimo Phil Collins. Es obvio que ya no tiene la gimnasia de otras épocas ni el aspecto de sus videoclips. Sus problemas de espalda lo obligan a permanecer sentado, pero se las arregla para ofrecer un espectáculo digno. De hecho, si se tienen en cuenta algunos pasajes de su autobiografía, no casualmente titulada Aún no estoy muerto, la palabra “milagro” aparece otra vez en el horizonte. De allí que cuando su voz nasal comenzó a salir por los parlantes del estadio –y nada más y nada menos que con Against all odds, algo así como “contra viento y marea”– muchos de los presentes ingresaron en ese espiral melancólico que une el presente con el pasado.

 

La leyenda, entre nosotros

 

“Hola Cordóba, hola Aryentina (sic). Muchas gracias. And that’s all the spanish I know. Are you ready?” (“Eso es todo el español que sé, ¿están listos?”), fueron sus primeras palabras. Vestido con campera y pantalones oscuros, con sus clásicos lentes redondos y unas New Balance negras, a pesar de su poca movilidad, le llevó dos canciones meterse a la gente en el bolsillo.

 

Secundado por una banda numerosa, que incluía a su hijo Nicholas en batería, el legendario Leland Sklar en bajo (quien ya había visitado Córdoba con Toto en 2007) y un coro brillante de cuatro integrantes, el exlíder de Genesis condensó su carrera solista con un show que incluyó varios de sus grandes clásicos, como Throwing it all away, Easy lover o Another day in Paradise y sus teclas saltarinas.

El sonido fue nítido tanto con The Pretenders como en el show central. Ayudaron unas torres ubicadas en el campo para aquellos ubicados en las plateas más altas. La contrapartida fue un desperfecto técnico que anuló una de las pantallas gigantes en el escenario, y que a pesar de los intentos de los técnicos no volvió a funcionar. 

 

 

La voz de Collins, entre nasal y aguda, recuerda a los cassettes, a esa ecualización tan particular que remite a una época muy concreta de la música pop. Con su funk de bronces ácidos, Who said I would convirtió al estadio en una disco ochentosa. Un clásico de No jacket required que transporta como un Delorean plateado.

 

Follow you follow me también llenó el espacio para los fans de su grupo de rock progresivo, dandole lugar después a una seguidilla asesina de hits con In the air tonight (con uno de los drum fills más emblemáticos de la cultura pop), You Can´t hurry love (su lectura de Motown) y Dance into the light, para entrar en la última parte del show, que también traería emociones fuertes.

 

Invisible touch, Easy Lover y Sussudio pusieron a bailar a todo el mundo, mientras que Take me home fue una despedida emotiva y sentida, de esos momentos que uno quisiera que no terminaran jamás.  

 

Uno de los mayores solistas pop del siglo 20 pasó por Córdoba. Dos años atrás tuvimos la fortuna de disfrutar de Paul McCartney, otro artista que ocupa ese podio de clásicos. Si tenemos en cuenta que el tercero de esa lista es Michael Jackson, muerto en 2009, se podría decir que lo de Phil Collins fue un acontecimiento que ya no se volverá a repetir, al menos dentro de la música popular que alumbró las últimas décadas del siglo pasado.