Si se analiza el orden social actual en la Argentina, nos encontramos con una segmentación y fragmentación en los aspectos político, social, educativo y laboral. Por lo que, la búsqueda de la igualdad, se transforma finalmente en una entelequia de desigualdad entre las mujeres en relación con los hombres (Martínez, A. y Carrica, S., 2014).
Teniendo en cuenta que la tasa de participación de la mujer en la fuerza laborales es del 29,26% y de hombres del 45,86%; la tasa de asalariados para la mujer es del 45,5% y para el hombre del 54,5%; y la participación en cargos de jefaturas, del 30,1% para la mujer y del 69,9% para hombres; podemos concluir parcialmente que las mujeres tienen menos oportunidades de conseguir empleos, y dentro de estos, en menor medida en cargos de decisión (Banco Mundial, 2017), (Observatorio de la Violencia contra las Mujeres, 2017).
Por otro lado, si bien algunas políticas, han permitido disminuir el número de mujeres que viven sin ingresos propios (porcentaje de población femenina mayor de 15 años de edad que no percibe dinero en forma individual y que no estudia), al día de hoy, el 29,7% de las mujeres viven sin sus propios ingresos comparado con el 10,6% para el caso de los hombres. Esto significa, que 1/3 de las mujeres dependen para su subsistencia de otros y no tienen recursos propios. Además, se ha visto que, a pesar de la creciente participación de la mujer en el mercado laboral, ésta no se encuentra correspondida con una mayor participación del hombre en los hogares. Lo que conduce a una sobrecarga de horas de trabajo, una barrera para su participación en el mercado laboral, desigualdad de oportunidades y menor acceso a recursos económicos para alcanzar su autonomía. Hechos que llevan a que los índices de feminidad en hogares pobres, sea de aproximadamente de 118 mujeres pobres por cada 100 hombres pobres. Los que demuestra que la mujer en relación con el hombre, es más proclive a situaciones de vulnerabilidad y pobreza, tiene menores oportunidades de educación y empleo formal, y menor autonomía económica (Cepal, 2018).
Asimismo, la segmentación social y laboral, genera además desigualdad de ingresos entre hombres y mujeres en lo que se conoce como empleos de alta y baja productividad. El primero, se caracteriza por mayor tecnología, mejores condiciones laborales y mayor nivel educativo. Mientras que el segundo, está formado por empleos con limitada cobertura y seguridad laboral, ausencia de contratos y menor nivel de educación. Las mujeres se encuentran mayoritariamente ocupando empleos de baja productividad, principalmente en los sectores agroindustriales y de servicios domésticos (Observatorio de Igualdad de Género de América latina, 2018).
Se puede concluir que, las políticas hasta el momento no reducen la brecha entre mujeres con ingresos propios en relación con el hombre; no existe una verdadera corresponsabilidad en los hogares; y no se han superado las desigualdades de género en cuanto a pobreza, vulnerabilidad, tiempo de trabajo y distribución de la carga total del mismo, etc.
Las posibles soluciones a esta problemática serían: diseñar políticas públicas específicas para la mujer en situaciones vulnerables; crear empleos que aseguren igualdad de condiciones para mujeres y hombres; reconocer el trabajo doméstico y productivo no remunerado; implementar políticas que permitan conciliar la vida familiar y laboral involucrando tanto a hombres como a mujeres y elaborar normativas educativas para mujeres en condiciones vulnerables como así también para aquellas en situaciones de exclusión social.
Por el Dr. Claudio Larrea – Rector de la Universidad Católica de Cuyo.
–FOTO–
La mujer está en condiciones de trabajar de igual a igual que los hombres.
