Posverdad es una especie de territorio turbio entre la verdad y la mentira que gana terreno en una época en que la constatación de los hechos y la búsqueda de objetividad han perdido importancia. A la hora de crear corrientes de opinión pública son más relevantes las creencias y emociones gestadas por la propaganda que la realidad. La forma en que se relata un caso vale más que la materia del caso, se afirman cosas que, sin ser verdad, a cierta gente la hacen sentir bien porque les gustaría que eso hubiera ocurrido.

El prefijo "pos" ha reaparecido en el lenguaje popular de actualidad con un sentido siniestro, malo, peligroso y desgraciado. Posverdad es una variante perversa de la mentira, a tal punto que la mentira, como opuesta a la verdad, hasta adquiere una cierta dignidad porque su intención es de contradicción clara. Confrontado el dicho con el hecho, surge claramente cuál es una, la verdad, y cuál otra, la mentira. Puede llevar algún tiempo ver la cara de una y otra, pero la mentira lleva implícita, en personas medianamente normales, un daño psicológico por verse la persona obligada a sostener un relato falso con el consecuente temor cotidiano a ser descubierta. La posverdad, una afirmación de carácter público, falsa y generada de modo masivo desde usinas que la ejercen como instrumento de campañas electorales, no tiene siquiera la contraparte del daño emocional de quien la crea. Se la considera una herramienta y, dándole ese sentido, se le quita peso maligno y pasa a ser como una travesura tan apta como otras porque se sabe que las herramientas no son buenas o malas sino que lo bueno o malo es el uso que se haga de ellas. Un martillo puede clavar un clavo o romper una cabeza pero el martillo no tiene culpa de nada. Con la posverdad no es así, la herramienta en sí misma es maligna.

Pero dejemos la teoría y vamos a algunos ejemplos prácticos. Donald Trump ha sido, por su influencia mundial, el ejemplo más exitoso. Su jefa de campaña, Kellyanne Conway, para justificar su xenofobia racista, le hizo señalar a dos refugiados iraníes de estar involucrados en "la matanza de Bowling Green". Esa matanza no existió. La inaugurada administración de USA no reconoció la escasez de gente a la asunción del mandatario rubio sino que afirmó "los medios no la reflejaron". El año pasado en la Cámara de Diputados de la Nación se pretendió dar sanción a una ley modificando los regímenes de cumplimiento de condenas de ciertos delitos aberrantes, violación entre ellos. Era un supuesto cambio a la ley de ejecución de sentencias para evitar salidas anticipadas de los convictos juzgados por delitos penales graves. Siendo la ley de ejecución casi un apéndice del Código Penal que se aplica sólo a quienes ya están condenados, el intento era redundante con la ley madre que ya establece esas penas y sus condiciones de reducción.

En definitiva, no servía para nada y no hacía más que responder con un placebo al clamor popular por algunos crímenes resonantes de la época. Si se sancionaba no tendría efectos porque, para que los tuviera, lo debido era reformar el Código. Pues, haciendo uso de ese concepto ya arraigado de "posverdad", todas las mujeres diputadas que opinaron negativamente con su voto ante el carácter meramente declarativo de una ley que no tendría efecto en los hechos, comenzaron a ser acusadas sistemáticamente de "abrir las puertas de las cárceles a los delincuentes" o "votar en contra de la mujer". A eso se llama posverdad, dar por cierto algo que no lo es valiéndose de algún elemento que le da veracidad, el voto existió y el tema estuvo tratado. Nada ha variado en favor de los delincuentes ni nada hubiera variado de haberse aprobado aquella ley. 

Otra característica de la posverdad es que las acusaciones a personas o grupos son divulgadas sistemáticamente en un mismo momento y en todo el ámbito de influencia, es decir, no son equivocaciones de gente bien intencionada sino todo lo contrario, campañas organizadas para provocar un determinado resultado. El año pasado en el Reino Unido, en momentos previos al referéndum que determinó la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en lo que se llamó el "brexit", se pegaron afiches que sostenían que ese conjunto de países contribuía a la comunidad con 50 millones de libras por día. La conclusión era sencilla, ¿por qué no gastamos esa plata para nosotros? Muy convincente si eso fuera cierto, pero no lo era. Ante una pregunta semejante ¿qué hubiera respondido cualquiera de nosotros? Seguramente lo mismo. Quienes pusieron el afiche, ganaron las elecciones. 

Con definiciones como deshonestidad y decepción en la vida contemporánea, modelo de industria publicitaria de la comunicación política, desconexión de la narrativa mediática con las políticas públicas o, menos eufemísticamente, sistema de manipulación y control social favorecido por el abono riquísimo del anonimato de redes como Facebook y Twitter, intelectuales de todo el mundo tratan de acercarse a este fenómeno que desde su creación como concepto en 2010 por el bloguero David Roberts, ha crecido al punto de ser causa principal de dos grandes resultados de votaciones en USA y Gran Bretaña. Nada menos. Hoy, todo consultor de campaña electoral debe manejar esta perversión. Si la realidad se choca con nuestras creencias, vamos con las creencias.

En las redes sociales el receptor del mensaje está urgido por una lectura instantánea e irreflexiva, se lleva todos los postes por delante y responde como si lo que se le dice fuera verdad. Y está dicho falsamente por gente entrenada para mentir desde un fatal profesionalismo. Y no es verdad, es "posverdad", una de las grandes calamidades que nos depara la época de la comunicación política actual a la que cabe la correcta descripción de "mentira emotiva". Mentir sin poner la cara ni correr el riesgo de que alguien desmienta. Es por ahora un arma perfecta, aún no aparece el antídoto o la defensa.