¡Diaarios… Todos los diarios con las últimas noticias! La voz ronca, hombruna, trepaba todos los días las paredes del café Fuentes (Rivadavia y 25 de Mayo) en Buenos Aires. Se había iniciado como canillita en medio del fango de Los Corrales Viejos. Luego pasó a la esquina de Entre Ríos e Independencia, frente a la Casa de Giobierno y a la Plaza de Mayo. Era a principios del siglo XX y el ruido todavía no alcanzaba a neutralizar el pregón de la primera mujer canillita de Buenos Aires: la “China María”, como se la llamaba. La gran aldea, acuciada por la piqueta del progreso, daba lugar a otra denominación, “La Reina del Plata” para señalar a la gran urbe que ya contaba con 900.000 habitantes. No llegaban a diez los diarios que circulaban entonces: “El País”, “El Diario”, “El Tiempo”, “La Nación”, “La Prensa”, “Tribuna”, “La Razón”, albergaban en sus páginas proyectos y realizaciones de obras que irían cambiando la fisonomía de la ciudad: el subterráneo, el Congreso Nacional, el nacimiento de clubes deportivos como Boca, Independiente y otros. En esa época se consagró a su oficio con verdadero amor y le prestó su voz a la calle, a la ciudad que se transformaba lentamente en urbe gigantesca. Había nacido allá por 1850, en el barrio de San Telmo. Era hija del general Olayo Elías. Su nombre: María Honoria Elías de Isola. Nadie supo explicar, ni ella misma, el porqué de su vida errante y bohemia de la calle. Muchos acudían a comprarle: oficinistas, obreros y hasta presidentes. Eran tiempos en que Julio A. Roca, Victorino de la Plaza, Figueroa Alcorta, Quintana y hasta Hipólito Yrigoyen (el último presidente al que le vendió) llegaban a la Casa de Gobierno a pie o en coches tirados por caballos. Sabía ufanarse por tan calificados clientes, de los que recordaba orgullosamente.

Dormía en el umbral de las imprentas para ser de las primeras en recoger su mercancía, porque ella -como un buen periodista- sentía íntimamente “la primicia”. No por eso olvidaba a las pobres criaturas que compartían con ella la intemperie y las madrugadas. Los canillitas, esos personajes tan bien pintados por Florencio Sánchez cuando en su juventud incursionaba por el género teatral, esos pibes carentes de hogar, tenían en la “China María” una madre y un padre. Tenía cuatro hijos y enviudó en 1922. En un reportaje, le preguntaron que si naciera de nuevo qué le gustaría ser. “Canillita” contestó secamente. A pesar de que había dejado de vender diarios, su popularidad continuó proyectándose. Su vida era la de un personaje de Evaristo Carriego. Tenía 84 años cuando dejó de existir. Al conocerse la triste noticia, los canillitas comenzaron a llegar con los diarios bajo el brazo, y de a 5 y 10 centavos, reunieron fondos para comprar flores (ver foto).
“¡ Diaaarios… todas las noticias con las últimas novedades….!”. En su pregón humano de la tinta de imprenta, hace 83 años silenció su voz.
