Eran las 10 de la mañana y estaba tomando un café con dos dirigentes políticos que me pasaban un dato que pintaba para una nota al menos interesante. Pensaba que ya tenía asegurado mi aporte al diario y vislumbraba una jornada relativamente tranquila. Pero, como suele suceder en nuestro trabajo, todo cambió. Mientras daba los últimos sorbos al café, me llamó por teléfono mi entonces editor Leonardo Domínguez y no anduvo con vueltas: tenés que ir a Veladero ya. En la mina iglesiana se había producido el primer derrame de solución cianurada y por gestiones del medio, íbamos a participar del procedimiento judicial junto a, obviamente, el juez, los fiscales, peritos, personal de la empresa Barrick y otros colegas.

 

Tras la orden y la magnitud que uno sabía que tenía el hecho, no tuve ni tiempo para reaccionar. Me fui a mi casa a cambiarme de ropa, ya que el traje no era lo más adecuado para ir a la cordillera. 

 

El chofer condujo la movilidad del diario a mil y llegó justo al punto de encuentro para subir a la mina. Por falta de lugar, además de cubrir el operativo tenía que hacer las veces de fotógrafo. 

 

El viaje fue largo y cansador. Llegamos a la tarde noche, cerca de la hora de cierre de la edición y había que escribir algo. Apenas toqué suelo, los efectos de la altura se hicieron sentir. Luego de los controles obligatorios, a contrareloj hice una nota con el juez y los fiscales, saqué fotos y pude mandar el material gracias a que en el campamento de Veladero hay Internet.

 

Tras cumplir con la tarea, a la hora de comer, quise colarme en la mesa donde cenaban los funcionarios judiciales y provinciales que debatían los detalles del derrame y los pasos a seguir, es decir, información clave.

 

Pese a la insistencia, todos me aclararon que era una reunión privada y tuve que masticar bronca. 

 

Al otro día, a levantarse muy temprano, recorrer el valle de lixiviación, con la carga del frío y la altura, y otra vez a escribir a mil debido a que al mediodía la movilidad partía de regreso. Pura vorágine, de estar en un café a caminar por montañas en tan sólo horas, una de las patas más excitantes de este trabajo.

 

 

La tarea de los periodistas, en primera persona