El presidente de Rusia, Vladimir Putin, amenazó ayer con suspender los contratos de suministro de un tercio de su gas a Europa a menos que se pague en rublos, su réplica económica más fuerte hasta ahora a las aplastantes sanciones occidentales por su invasión de Ucrania.

Para darle fuerza a su anuncio, Putin, firmó un decreto para que los compradores extranjeros paguen en rublos el gas ruso a partir del 1 de abril, y que los contratos se suspenderán si no se hacen estos abonos.

"Para comprar gas natural ruso, deben abrir cuentas en rublos en bancos rusos. En estas cuentas se efectuarán los pagos por el gas entregado a partir de mañana", advirtió Putin.

"Si no se realizan estos pagos, lo consideraremos un incumplimiento por parte de los compradores, con todas las consecuencias que ello conlleva. Nadie nos vende nada gratis, y nosotros tampoco vamos a hacer caridad, es decir, los contratos existentes se suspenderán", agregó.

Su decisión de obligar al pago en rublos impulsaba a la alza al rublo, que tocó mínimos históricos tras la invasión del 24 de febrero, pero se ha recuperado desde entonces.

El mayor receptor de gas ruso del continente, Alemania, calificó de "chantaje" el ultimátum pero Moscú ofreció un mecanismo para que los compradores obtengan rublos enviando divisas a un banco ruso. El enfrentamiento energético tiene enormes ramificaciones. Europa quiere desprenderse de la energía rusa, pero eso corre el riesgo de inflar aún más los precios del combustible y la energía que elevaron la inflación a niveles récord.

Rusia, por su parte, tiene una enorme fuente de ingresos en juego en un momento en que se tambalea por las sanciones y el multimillonario gasto de guerra.

Analistas de Fitch Solutions dijeron que "Rusia tendría que interrumpir físicamente los flujos de gas a la UE 27 (estados miembros de la Unión Europea) para forzar la situación, lo que supondría una escalada de gran envergadura que ni siquiera se produjo en el momento álgido de la Guerra Fría.

La invasión de Ucrania por parte de Putin, que dura ya cinco semanas, ha acabado con la vida de miles de personas, ha destruido edificios residenciales, ha dejado a multitudes aterrorizadas y hambrientas en sótanos y ha desarraigado a una cuarta parte de los 44 millones de habitantes. En el asediado puerto de Mariúpol, en el Mar Negro, decenas de miles de personas llevan semanas atrapadas sin electricidad y con escasos alimentos, agua y otros suministros.