Las diferentes competencias con que egresan los jóvenes del sistema educativo para incorporarse al mercado laboral, responden a cuatro razones principales. La desigualdad en los años de escolarización, las diferentes oportunidades de formación, las diferencias entre instituciones educativas y las propias decisiones por parte de las personas en cuanto lo que eligen ser formados (Gómez, H. y Möller, I., 2014).

Desde lo educativo, existen desacuerdos desde el cómo enseñar, hasta qué enseñar para preparar a una persona para su ingreso al sistema productivo adecuadamente preparado. Y desde el medio empresarial, existe una falta de comunicación con las instituciones educativas sobre qué competencias son necesarias para el mercado (CINDA, 2004).

Si se analizan las opiniones de las empresas, éstas alegan que les es difícil encontrar personas con talento y formación para que su empresa sea más productiva y competitiva. Y de parte de los jóvenes egresados, que no encuentran fuentes de trabajo atractivas o que se ajusten a los conocimientos por ellos alcanzados en la escolarización. Esto, está demostrado en estudios donde se evidencia que, uno de cada tres egresados aproximadamente ejerce su trabajo en cargos que tengan que ver con su titulación (UNIVERSIA, 2018).

Zanjar esta brecha entre competencias educativas y necesidades de las empresas, es clave para el desarrollo social y económico de nuestro país como en varios otros países de Latinoamérica.

Dentro de esta problemática, se ha visto que las empresas requieren personal con mayor desarrollo en competencias blandas como comunicación, escritura, comprensión de textos, resolución de problemas, trabajo en equipo, liderazgo, etc., en relación con competencias duras, como, por ejemplo, desarrollo de software, cálculos matemáticos y administración de bases de datos, entre otras.

Tanto empresas como instituciones no tienen ni comparten la misma información sobre sus necesidades y ofertas por falta de comunicación y vinculación entre las mismas (López, M. et al, 2013).

Este fenómeno, no es menos importante que otros. Ya que está generando en nuestro país mayor desempleo, desigualdad, exclusión social y pobreza.

Por un lado, el porcentaje de población de 20 años y más con secundario completo es del 24,29% y de 25 años y más con formación superior y/o universitario completo, del 20,16%. Y, por otro lado, la tasa de actividad en toda la población argentina es del 59,29%, de desocupación del 7,52%, de subocupación del 10,47% y de sobreocupación del 31,54%. Datos y números, que demuestran un desbalance entre la formación de la población en distintos niveles educativos y la ocupación que luego se ve altamente segmentada en el mercado laboral (INDEC, 2018).

Por lo que, las recomendaciones a la situación planteada podrían ser, para el sistema educativo: rever contenidos sobre competencias básicas y fortalecer las competencias blandas en los programas, redireccionar estas competencias según las demandas de las empresas y generar instancias de prácticas de estudiantes en sus compañías. Para el mercado laboral y empresas: mejorar el vínculo con las instituciones educativas, tomar decisiones a nivel de cámaras de comercio o industriales para uniformar las necesidades de competencias y perfiles de los egresados para los diferentes puestos de trabajo, e informar sobre las necesidades de competencias específicas que necesitan.

 

Por Dr. Claudio Larrea  –  Rector de la Universidad Católica de Cuyo.