
Era una fría tarde de invierno de 1976. Mi madre, con una mezcla de ternura y ansiedad, me despidió antes de partir al lugar donde pasaría los tres días que, definitivamente cambiarían mi vida. Tendría mi primer Retiro o Eslabón. Por ese entonces estrenaba mis jóvenes 21 años, rodeada de afectos y cursando una carrera universitaria. Pero faltaba algo. Faltaban los cimientos de la fe y esa mirada esperanzadora que nos permite lanzarnos, confiadamente, a buscar nuestro bien. Es que, siendo niña, instalada desde la rebeldía propia de una adolescencia precoz, decidí cortar lazos con la religión. La juventud me encontró alzando banderas que apenas conocía. Seducida por utopías ideológicas que marcaron aquellos años, ahondé en un ateísmo que me dejó indemne, vacía de sentido y sin respuestas. Ahora, en la madurez de mi vida, entiendo la preocupación de mi madre. No eran tiempos fáciles para la Argentina, mucho menos si eras joven.
Camino a Damasco
Con los años, siendo profesora de Teología, por esas vueltas raras de la vida, pensé que de alguna manera todos vamos por el camino hacia Damasco. Evoco así el proceso vivido por Saulo de Tarso, conocido luego como el Apóstol Pablo, al convertirse al cristianismo camino de Damasco (en los años 30 del siglo I d.C.) En su viaje a Damasco, se le apareció Cristo, transformando por completo, su vida, sus convicciones y sus pensamientos. Por supuesto que no soy Saulo y mucho menos el Apóstol Pablo, pero la travesía camino a la fe, es la misma.
"La vida es un combate, quien no lucha sucumbe”. Ya en el auto junto a otras chicas, en silencio recorrí el camino que llevaba al edificio que nos albergaría durante esos tres días. No olvidaré nunca las palabras de Bienvenida que pronunció aquel sacerdote, desconocido hasta entonces para mí y que sin embargo se convertiría en uno de los pilares de mi conversión. Su figura me pareció inmensa como inmensa su mansedumbre y vocación de servicio. Era el Padre Juan.
Entre tantos emotivos recuerdos de aquellos lejanos días, rescato una frase del Padre Juan y una anécdota. La frase, porqué reafirmó en mí una forma casi intuitiva de encarar la vida, y de ahí en más, la defensa de mis convicciones religiosas fue: "La vida es un combate, quien no lucha, sucumbe”. La anécdota muestra del Padre Juan, aquellas cualidades que lo volvían tan especial: su mirada siempre esperanzadora de los jóvenes y su capacidad para acompañarnos, en respetuoso silencio, en el proceso personal de reencuentro con Dios.
Sucedió la mañana del primer día. Me quería ir, me asustaba esa propuesta de silencio y reencuentro con uno mismo. Acababa de terminar la segunda charla "El verdadero sentido de la vida” y me acerqué al Padre mirándolo fijo, sin decir una sola palabra. Como adivinando mis pensamientos, se dirigió directamente a mi encuentro y me dijo: -"Date una oportunidad. Hoy alguien quiere entrar a tu alma, pero vos tienes la llave.”
Me conmovió, debo confesarlo, esa actitud de respeto hacia los espacios de libertad del otro. Finalmente, me quedé y abrí la puerta. En mi cuaderno de anotaciones de aquél inolvidable Retiro, se pueden leer los breves versos que escribí y que hoy transcribo a manera de homenaje a su memoria: "Y trocó el acero en flor// el invierno, se convirtió en primavera// Y ante los pies del Señor lloró rendida la piedra”.
Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo
