Desde finales del siglo XIX hasta la actualidad, Argentina ha recibido cuatro corrientes migratorias ucranianas que se asentaron en distintas provincias. En ese contexto, se calcula que en el país hay alrededor de 450 mil miembros de la colectividad, incluyendo a varias generaciones. Ahora, ese número puede ascender teniendo en cuenta que, en medio de la invasión rusa a Ucrania, el Ministerio del Interior argentino anunció que, por razones humanitarias, se autoriza el ingreso y la permanencia en la Argentina de ciudadanos ucranianos y sus familiares directos. Incluso, San Juan ya se ofreció para recibir a los refugiados.
La historia marca que hubo cuatro oleadas de inmigración ucraniana en Argentina: pre-Primera Guerra Mundial, con la llegada de entre 10.000 a 14.000 inmigrantes; después de la Primera Guerra Mundial a la Segunda Guerra Mundial, incluyendo aproximadamente 50.000; después de la Segunda Guerra Mundial, con 5.000 inmigrantes; y la inmigración post-soviética, que se estima en aproximadamente 4.000.
Las grandes olas de ucranianos llegados al país se remontan a la época marcada entre 1897 y 1914, cuando llegaban familias enteras desde abuelos a nietos. En este lapso, arribaron como agricultores y despojados de su nacionalidad. De cara a la segunda mitad del siglo XIX, Ucrania había perdido su independencia con lo cual los ucranios que emigraban lo hacían con pasaportes austro-húngaros, rusos o polacos, y su nacionalidad, para las autoridades argentinas, era la que figuraba en esos documentos.
Aferrados profundamente a su fe religiosa católica bizantina u ortodoxa, laboriosos y honestos, se abrieron camino sin el apoyo de representación diplomática alguna, como sí tenían otras comunidades. El gobierno argentino les cedió el espacio para radicarse y así lo hicieron, preservando su cultura, costumbres y tradiciones como un puente de conexión con el país que habían dejado atrás.
Fundaron sus centros socio culturales y religiosos, desarrollaron su arte, literatura y ciencia para difundir información sobre Ucrania, su población y su lucha centenaria por su autodeterminación, unidos por el idioma, la vestimenta, la religión y la educación de sus hijos.
Los primeros en llegar no se concentraron en un solo lugar. Por el contrario, se asentaron en la Capital Federal, y luego emprendieron el camino hacia el campo, en la provincia de Buenos Aires, en Misiones y después en Chaco, Corrientes, Formosa, Mendoza y Río Negro.
Para 1921 se abre la segunda oleada de ucranianos, que duraría hasta comienzos de la Segunda Guerra Mundial. La ola migratoria de los años 20 y 30 trajo consigo familias pero también personas solas que buscaban ganarse algún dinero y regresar. Algunos era obreros, soldados, técnicos y profesionales.
La inmigración de los años 1946-1950 fue la más heterogénea desde el punto de vista social. Esta vez, los campesinos eran la minoría. El grueso estaba compuesto por obreros especializados, comerciantes, artesanos, escritores, pintores, escultores, científicos y profesionales universitarios.
La mayoría de ellos eran refugiados políticos que escapaban de los soviéticos cuando avanzaban sobre Alemania, excombatientes de unidades ucranias insurgentes y exprisioneros de guerra que no podían permanecer en Ucrania por temor a las represalias. Se radicaron en la Capital Federal, el Gran Buenos Aires, La Plata y la ciudad de Córdoba.
En 1991 se produce el desmoronamiento del bloque soviético. Ucrania, por segunda declaró su independencia, pero el trauma de la transición originó una fuerte corriente migratoria principalmente hacia Occidente.
El perfil de inmigrante ucraniano viró hacia personas con alto grado de preparación técnica, profesional y artística, con preferencia por centros urbanos, en particular en la Ciudad de Buenos Aries. Los barrios de Almagro y Palermo hoy son su bastión y el escenario de actividades cultures y sociales.
* Con información del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Nación y Clarín