Sublime tarea la de las madres, no sólo de traer los niños a este mundo, sino de inculcarles todo un proceso de enseñanza tendiente a formar personas con valores morales y comportamiento ético, dos condicionamientos básicos de los hombres que hacen falta que formen parte de nuestra sociedad.
Más allá de que en la conformación de las familias modernas todos sus miembros colaboran con las tareas habituales, en la transmisión de principios básicos y normas de comportamiento, es la madre la que finalmente termina asumiendo toda la responsabilidad de la formación de sus miembros, encargándose del control de la escolaridad, la asistencia a clases y, lo que es más importante, de forjar un estilo de vida que ayude al niño a desenvolverse de la mejor manera cuando llegue a adulto y le toque insertarse decididamente en el seno de la sociedad.
Este rol de las madres, es el que no debe desconocerse bajo ningún motivo, y tiene que ser revalorizarlo permanentemente en busca de que la figura de la madre esté siempre en lo más alto de la escala de valores que distingue cuáles son los aspectos realmente más valiosos que hay que preservar.
Es la madre la que inculca lo que está bien y sentencia lo que está mal, de la misma manera que distingue el peligro de la seguridad; lo que es ético de los que es inmoral; de lo que corresponde y lo que no concuerda o lo que es negro y blanco en la vida de sus hijos. Todo esto es la base de una formación integral que solamente quien se considera una madre auténtica está en condiciones de ofrecer.
De cumplirse todos estos requisitos en la crianza de un niño, tendremos la posibilidad de ir forjando un futuro sin tanta corrupción o comportamientos inadecuados, que terminan por afectar el orden institucional de una nación o dar lugar a una generación de personas que no están consustanciadas con las reales necesidades que tiene el país. Debemos contar con ciudadanos íntegros, que hayan recibido en sus hogares, y también en las escuelas, las normas necesarias para llevar una vida acorde a la idiosincrasia que todavía preservamos.
Ser buenas personas, laboriosas, creativas, honradas, dignas y honestas, son algunas de las cualidades que las madres deben cultivar en sus hijos. Menuda tarea, especialmente en estos tiempos en que, precisamente, esos valores están en su más baja consideración. Son las madres las que, con un instinto propio, pueden encargarse de que esos valores resurjan. Por lo tanto son ellas las únicas que pueden hacer el milagro de transformar esta sociedad en una versión mejorada y de mayor aprovechamiento.
