Sólo ficciones de controversia quedaron flotando sobre la nación Argentina por estos días en cuanto a desvaríos delictivos ciertos o presuntos. Parece que el marco moral de nuestra sociedad no puede zafar de convivir con avaros ruines y funcionarios prevaricadores.

Y es que se hizo una costumbre aceptar el "roban, pero hacen", mentira que se recicla sin tapujos mientras el baúl de la memoria rebasa de esta estofa de fronterizos. Con increíble precisión de vaticinio decía Arturo Orgaz, político y ensayista cordobés, hace 75 años: "Así es la moral de muchos, acomodaticia, calculadora, de tanto y cuanto".

Parafraseando a la medicina, padecimientos corporales los hay. Lo que no es frecuente es la queja dolorosa de un ser humano en torno de la pérdida de la salud moral. Pudiendo ser este un campo de estudio bastante amplio, es de creer que a lo largo de la existencia del homo sapiens hubo intentos de sobreponerse a estos males. O, por lo menos, equilibrar en términos razonables la deslealtad y el incumplimiento como alentadora de acciones humanas.

¡Roban, pero tampoco hacen! Es que en los tiempos en que vivimos, y haciendo un elemental rodeo entre tantas no virtudes, podríamos agrupar las acciones de ciertos funcionarios y empresarios bajo el paraguas del "me conviene".

Sin embargo, a fuerza de una sociedad que va madurando ya se le ha puesto un rótulo a quienes, sea por dos pesos o millones, se valen de estas especulaciones insensatas, en tanto un llamativo envión justiciero amaga pedirles que rindan cuentas.

Si bien es materia opinable, lo ético y lo legal no deberían quedar contrapuestos. Es más, lo esperable sería que se potencien en pos del bien común. Que se sepa, toda nación desarrollada se ha forjado sobre gestos morales perdurables y ejemplos de civilidad.

Eduardo Mallea, médico y autor de Historia de una Pasión Argentina, inquiere: "¿Qué soy ahora, qué en este momento?… Cada día menos comprable y más dispuesto a despojar mi alma de ornamentos, a dejarla simple, sincera y natural como el alma simple, sincera y natural…". Mientras no haya remedios para la inmoralidad o algo que se le parezca, habrá que aislar a quienes caen en la insolencia materialista, hasta que florezca una imprescindible renovación espiritual.

 

Por Rolando B. Montenegro
Profesor de Emergentología, Facultad de Ciencias Médicas,  Universidad Nacional de Cuyo.

 

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