
El desastroso y mortífero incendio del Amazonas, no lleva a revalorizar la mirada que tenían aquellas ancestrales culturas que poblaron nuestra Latinoamérica, que se resume en el concepto de sacralización de la naturaleza, esto es parte inmanente a la cosmovisión que poseían. La naturaleza, junto a la concepción femenina-mujer son dos pilares en el sistema de creencias (religión-magia-ritos) de la mayor parte de los primeros horizontes culturales de esta tierra. Si repasamos la historia que evoca las primeras culturas nos encontramos con importantes referencias acerca del papel que tuvo la tierra y las prácticas agrarias relacionadas con la mujer.
Según referencias de Mircea Elíade se vincula la mujer con la tierra, no sólo por la hipótesis de que ella haya descubierto la agricultura mientras el hombre se ocupaba en cazar o en cuidar sus rebaños, sino, sobre todo, porque la mujer se convirtió por su fecundidad en símbolo de fertilidad de la tierra. "La asimilación de la mujer a la tierra labrada aparece en muchas civilizaciones…”.
El tema en cuestión aparece con claridad en América. De acuerdo al investigador Félix Báez Jorge, en el estadio denominado preclásico -correspondiente al devenir histórico mesoamericano, 3000 a.C.- se hallaron una serie de estatuillas femeninas. Se piensa que las mismas no fueron reverenciadas como tales, su valor sagrado obedeció a su carácter simbólico, ligado a la trilogía tierra-madre-fertilidad. Estos íconos fueron utilizados ritual o mágicamente para obtener beneficios de la tierra en su sentido agrario.

Asimismo -como sabemos- las culturas andinas le dieron gran significación a la tierra a través del culto a la Pachamama o Madre Tierra, veneración que aún continúa vigente, por ejemplo, el hombre del noroeste argentino denota un amor especial hacia la "Pacha”. Esta actitud está confirmada por los miles de años de armonía entre nuestro hombre andino y su tierra. De ahí se desprende -reafirmando las reflexiones de especialistas- que para estos grupos la actividad agrícola no constituye una mera presteza profana o irreverente, es ante todo un ritual, porque el trabajo se ejecuta sobre el "cuerpo de la tierra” liberando las fuerzas sagradas de la vegetación y además implica la inserción del labrador en tiempos buenos o perjudiciales, vale decir que existen épocas favorables para el sembradío o nocivos por los posibles riesgos naturales.
Actualmente los agricultores que habitan regiones alejadas de las grandes urbes, aún conservan una manera de tratar a la tierra y sus frutos que revela un sentido de sacralidad, contrariamente al cultivador insertado totalmente en el mundo financiero que trata a su suelo como mero productor de mercancías.
Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia.
