Es el curioso nombre de un pueblo ubicado a 54 km de la ciudad de Córdoba. Pintoresco, apacible, envuelto en aromas de hierbas perennes que lo vuelven por demás atractivo. De allí tal vez el origen del nombre. Se le atribuye al primer propietario de estas tierras, el capitán Juan de Burgos, haber exclamado: "Sal sí puedes de este lugar tan hermoso". Pero también hay otra significación posible para esta expresión, en las antípodas sí se quiere. El nombre bien puede expresar una situación complicada de la que tampoco podemos salir. Encadenados a una realidad que duele y al mismo tiempo imposibilitados de ver la salida. El "Salsipuedes" allí tiene una connotación negativa que simultáneamente, suena a desafío. Como quien, sumergido en un pozo oscuro no ve la luz y una voz le susurrara "Sal sí puedes". 

SALIENDO DEL POZO

Todos, en mayor o menor grado, pasamos por situaciones de esa índole, pero no todos la enfrentamos de la misma manera. Para algunos, la oscuridad aplasta; para otros en cambio, lanza a la voluntad a buscar la salida. En ambos casos, al vernos al borde del abismo más agobiante, como enseña Francisco, es cuando más necesitamos asumir la propia verdad, para encontrar la salida (Gaudete et Exsultate 29). He aquí el primer paso, reconocer nuestra fragilidad, no tanto la que nos llevó a caer, sino la que necesitamos para vencer las barreras del orgullo y pedir ayuda.

VENCIENDO EL REMORDIMIENTO

El segundo paso es evitar quedar atado al pesar y al remordimiento. El pesar puede ser entendido como: – desagrado producido por una ocasión fallida; – o dolor por un acontecimiento pasado inevitable en el que la libertad está ausente. Ej. La tristeza ante la muerte de un ser querido. Ambas nociones tienen un elemento común: frente a ellas no tenemos nada que hacer. Por lo tanto, el pesar es ineficaz, porque siempre choca con el pasado y no tiene necesariamente una connotación moral. Efectivamente, puedo sentir pesar por haber causado daño a alguien sin culpa por mi parte, pero también puedo sentir pesar por no haber aprovechado la ocasión de dañar. 

Con el remordimiento entramos al territorio de la moral, porque es un dolor acervo del alma por el mal ocasionado. Tal como indica la palabra: es la mordedura que nos tortura después de una acción culpable. Pero llevado al extremo, puede conducirnos hasta la obsesión, haciéndonos volver una y otra vez sobre la falta. La consecuencia moral es inevitable. Lejos de liberarnos, el remordimiento nos repliega en nosotros mismos quitándonos fuerzas para la reacción. Es como sí nuestra libertad quedase doblemente atada a la falta. Debemos liberarnos de estas esclavitudes y dar un paso más hasta llegar al arrepentimiento. Sólo así habrá cambios.

EL ARREPENTIMIENTO

El arrepentimiento es un paso más hacia la salida. Conlleva un cambio de nivel en nuestro ser moral. Cambio que comienza con asumir la falta, recuperarme y romper los lazos con aquella. Algo inédito ocurrirá en mi alma, del que no soy su causa. El valor que transgredí con mi falta, vuelve a recuperar su poder de atracción sobre mi voluntad. Hay una aceptación y una respuesta a la llamada del ser y a la voz del valor que interpela a nuestra conciencia. Esto nos llevará a una conversión, como acción y efecto de transformarme en algo distinto de lo que soy. Valor que está fuera de mí y del pozo en el que caí. De alguna manera, el arrepentimiento revela una presencia velada. Desde la fe, se puede decir que ese otro ser sólo puede ser Dios. El arrepentimiento y subsiguiente cambio no lo puede comprender acabadamente la filosofía. Por eso, sí en verdad queremos encontrar la salida, habrá que preguntar a la religión. El desafío del "Salsipuedes" encontrará allí respuesta.

 

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo