La imagen muestra el edificio que albergó al Cine Renacimiento, frente a la Plaza 25 de Mayo

Salimos de ver esa noche a Kirk Douglas interpretar con maestría a Ulises, en el enorme Cine Renacimiento. Cruzamos en cruz la bulliciosa Plaza Veinticinco y nos dirigimos al Hotel Derby, frente a la Catedral, por Rivadavia. Allí bullía airosa la Peña "El Alero”, que conducía Justo Rosemberg Olivera, donde una vez cantamos de puro guapos, porque ni siquiera sabíamos tocar la guitarra.

Era entonces el centro comercial parte de nuestro orgullo. El tiempo y la falta de planificación se encargaron, cruelmente, de desperdigarlo, vaciarlo de confiterías, cines, restaurantes y cafés que funcionaban a pleno todas las noches. Días de adolescencia y esa bohemia que magníficamente describe Charles Aznavour: "teníamos salud, sonrisa, juventud y nada en los bolsillos. Con frío, con calor, el mismo buen humor bailaba en nuestra sed, luchando siempre igual con hambre hasta el final hacíamos castillos, y el ansia de vivir nos hizo resistir y no desfallecer”.

El gran Tropicana, por Rivadavia entre Tucumán y Rioja, entrega a pleno cielo las películas de estreno. Recuerdo que una noche que habíamos invitado al cine con Hugo a dos chicas del barrio, al salir, un exquisito olor nos invadió desde la pizzería de al lado. Una de las chicas mencionó el aroma, esperando una invitación nuestra que jamás llegaría desde nuestros bolsillos deshabitados.

En Tucumán y Rivadavia la Peña del Salón Pons, rebosante de jóvenes todos los viernes, convocó nuestros primeros acordes, cuando ya había compuesto la zamba "Recordemos”, que nunca imaginaríamos iban a cantar más de 60 intérpretes nacionales y extranjeros. Y luego la del Salón Flamingo, en el primer piso de la esquina de General Acha y Laprida, donde la familia aplaudiera a "Los Tulducos”, "Las Voces del Zonda” o "Los Puneños”. Y la confitería Dunia, bastión de los mejores artistas del país, donde una noche inolvidable en que actuábamos conocimos a Don Arsenio Aguirre, aquel de "Guitarra Trasnochada” y al sanjuanino Jorge Durán, uno de los mejores cantantes de tango de todas las épocas. Y a la salida, si los flacos bolsillos lo permitían, un cafecito en el "Bahía”, de General Acha y Mitre o una porción de pizza en lo de Malaisi, por Mendoza al Sur o un vinito compartido por una barra de muchachos, en la Boite del Casino, local de la Casa España.

Fragante adolescencia, noches de sana bohemia. El centro de San Juan a full. La gente desbordaba las calles a la salida de los cines. Las retretas de los domingos al atardecer, con las bandas de Policía y del Regimiento, llenaban la Plaza Veinticinco. Imágenes aseguradas en amor en mi nostalgia. El recuerdo revitaliza y muestra lo que en esencia somos.

 

Por Dr. Raúl De La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete