"No es una obra que tenga un hilo conductor, sino escenas que tienen por finalidad hacer reconocimiento al trabajo de artistas de la música, la poesía y la danza sanjuaninas, y a las tradiciones bajo el título San Juan, tierra de música, tradición y danza". Así explicó Carlos Márquez, en síntesis, la propuesta de la que es director y autor junto a Lucas Sepúlveda, realizada con la producción general del Ministerio de Turismo y Cultura, con la que San Juan subirá a escena en la jornada inaugural del Festival de Cosquín, el próximo sábado, antes del cierre a cargo de Raly Barrionuevo. 

Diferente a otros años, en esta oportunidad la apuesta no contará una historia, sino que será una sucesión de figuras típicas sanjuaninas, como señaló Márquez a DIARIO DE CUYO. "El espectador va a ver un trabajo que se llevó a cabo desde lo más emocional hasta lo artístico-cultural", agregó sobre el proyecto en el que el animador Juanjo Recabarren va hilvanando los homenajes a Ernesto Villavicencio, Buenaventura Luna y Eduardo Troncozo y a Mary Bazán y Ramón Flores -leyendas vivas de la cueca cuyana-; con la Difunta Correa, las cabalgatas gauchas y la vendimia. 

Las notas de San Juan por mi sangre son las que dan la bienvenida, invitando a un imaginario encuentro de amigos. Y lo hacen después que "El Negro Villa" aparece en una grabación inédita contando su historia y presentando ese vals, su primera composición. El rasguido de su guitarra y su voz se acoplan con los sonidos de una potente banda que cala en el corazón, profundamente. Se trata de Daniel Díaz, Pierina Ciallella, Giselle Aldeco y Gustavo Troncozo (hermano de Eduardo) a cargo de las voces, acompañados de los músicos Kevin Soria en bajo, Cristian Jorquera en teclados, Carlos Santana en guitarra, Matías Coronado en percusión, Emanuel Rodríguez en batería, Emanuel Lucero en flauta traversa, Fernando Muñoz como operador y Cristian Martínez en guitarra y dirección musical. Una joyita. 

El tributo al legado de "Don" Buena llega con los acordes de Puentecito de mi río. Aquí, las chinitas y los paisanos se adueñan de esta pintura, con sus pañuelos al viento. Precedido de un audiovisual, el recuerdo a la obra de Troncozo -fallecido el año pasado- es con la tonada Cómo no amarte San Juan y La cueca del vino nuevo.  
Con otra cueca llamada Con el aire, fluye lo más sentido de la producción, cuando Ramón Flores invita a bailar a Mary Bazán. Ambos reviven sus años mozos con movimientos que no han perdido su elegancia, gracia y musicalidad. Y para respetar la tradición, "porque no hay tonada sin cogollo, ni cueca sin gato", llega Soy sanjuanino, de Saúl Quiroga, con el revuelo de faldas de las paisanas. 

La travesía por el desierto de Deolinda Correa con su hijo en brazos es recreado con la protagonista distanciada de su esposo, empujada y elevada por bailarines que, quizás, representan los brazos del destino en su triste final. Para levantar los ánimos en la recta final, los malambistas sacuden sus botas, recreando las tradicionales cabalgatas y los gauchos; escena que da paso al cierre, cuando la vendimia cobra vida en una joven, para finalizar con una lágrima a flor de piel. 

Algunas postales. La vendimia.
La banda que musicaliza la puesta, las danzas de Puentecito de mi río, La Difunta Correa y el gauchaje.

 La Técnica 

Fecha y hora: Antes de viajar a Cosquín, "San Juan, tierra de…." se verá en el Anfiteatro Buenaventura Luna del Auditorio J. Victoria, a las 22, entrada gratis.

Artistas: Previo al cuadro, actuarán el aspirante a Campeón Nacional de Malambo de Laborde, Sergio Zalazar; el ganador en Malambo Veterano de Laborde, Mariano Montaña; y los ganadores de Pre Cosquín, Duende Fusión Folk (que recibirán sendas distinciones del Gobierno) y Tayte. 

 

Quién les quita lo bailado 

Hacía veinticinco años que no se encontraban para bailar, no habían realizado una pasada previa; sin embargo, en el primer ensayo de su cuadro, Mary Bazan y Ramón Flores demostraron por qué son considerados los referentes de la cueca, sin dudas.  

Cuando en medio del ballet, Flores sacó a bailar a Mary para hacer las primeras marcaciones, a los bailarines se les erizó la piel, al igual que los directores y asistentes, que no podían creer la frescura con la que se movían sus cuerpos, la picardía con la que agitaban sus pañuelos y la suspicacia de sus pasos; todo sincronizado solamente con sus miradas. Hasta algunas lágrimas cayeron de parte de las jóvenes paisanas y los aplausos fueron espontáneos, en medio de gritos de una eufórica emoción contendida hasta el fin de su danza. 

Y vino otra pasada, y otra más; y ellos no mostraron cansancio jamás. Luego, llegó el ensayo de todos los cuadros de corrido y, aunque ya era la medianoche, ellos permanecieron tan frescos como una lechuga.