Con la bronca contenida, se mostraron respetuosas con el asesino de su hermana Susana Pérez (53), sentado a menos de 2 metros en la sala de juicio, como si la audiencia le provocara hastío y disgusto. Con el dolor a flor de piel, Laura y Valeria no pararon de llorar mientras relataban cómo fue que ese sujeto agresivo y autoritario (Antonio David Pelaytay, 48 años) estalló de furia la tarde del 3 de diciembre pasado, porque esa mujer que había soportado su violencia durante los últimos 10 años, no le abrió la puerta principal de la casa para que entrara en moto con unas cebollas que traía. Borracho y muy enojado, encaró a las patadas una puerta lateral trasera de la casa que desde hacía 5 años les prestaban en Mendoza metros al norte de Calle 10, en Pocito. Y luego de ultrajarla con insultos, como siempre, buscó una escopeta tumbera y le disparó en la cabeza a no más de 1 metro de distancia. Aquel día, sobre las 20, Susana dejó de preparar la masa y los chicharrones que mezclaba en las semitas que tanto ella como él salían a vender para intentar escaparle a la pobreza, y trató de huir de la furia de Pelaytay, recostándose en una cama.
Ayer, cinco meses después de aquel homicidio, los jueces Celia Maldonado, Alberto Caballero y Eugenio Barbera (h) ratificaron el acuerdo de juicio abreviado que el imputado y su defensora, María Noriega, lograron con el fiscal Francisco Micheltorena y sus ayudantes Adrián Elizondo, César Recio y María José Puebla (UFI de Delitos Especiales). Y lo condenaron a prisión perpetua, la única pena que cabía para el delito que le atribuían, un homicidio con tres agravantes: el vínculo o haber sido pareja; la violencia de género a la que había sometido a esa "mansa, sumisa y dócil mujer" y por haber usado un arma de fuego.
"Se aprovechó de lo buena que era nuestra hermana, está bien que le den perpetua", alcanzó a decir Laura, con el rostro mojado en lágrimas, igual que Laura y otros parientes que habían concurrido con su abogado Benjamín Balmaceda, a esa audiencia que puso fin al sonado caso de homicidio.
Sin embargo hubo momentos de confusión. El propio Pelaytay puso en riesgo la realización del abreviado, porque algunos presos le habían dicho que el hecho podría calificarse como un disparo accidental y le podrían dar 15 años, dijeron fuentes judiciales.
Pero cuando le hicieron entender que la abrumadora cantidad de evidencia recolectada por Fiscalía alejaba por completo la posibilidad de encarrilar el caso por el lado de un accidente, se resignó y aceptó el abreviado que él mismo había pedido por escrito a la jueza Maldonado.
Sus contradicciones (en el hospital dijo que ella se había herido con un cuchillo en el cuello), su burdo intento por simular que alguien pudo entrar a robar y matarla (en sus manos, su ropa y varios lugares hallaron restos de pólvora). El secuestro de la escopeta tumbera. Dos cámaras que captaron que solo él entró y salió de la casa en momentos previos y posteriores al crimen. Los testigos que vieron a la mujer con moretones y siempre negándose a denunciarlo. O los vecinos que lo percibían a él como autoritario, atropellador y a ella como alguien "amable, dócil y buena persona", sobresalieron entre las múltiples evidencias que recolectó Fiscalía para demostrar que aquella tarde, Pelaytay quiso terminar con los días de su pareja, esa mujer a la que sometió a violencia física, psicológica y económica, aislándola de sus propias hijas (tenía 2) y del resto de su familia.