El amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida forman parte de un todo.

 

En su reciente Exhortación apostólica "Amoris laetitia", el papa Francisco aborda el tema de la sexualidad matrimonial. Señala que "Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas" (AL, 150). En efecto, la ética sexual católica afirma la bondad del cuerpo sexuado, creación de Dios. La manera maniquea de comprender y evaluar el cuerpo y la sexualidad del hombre es esencialmente contraria al Evangelio (Juan Pablo II, Audiencia, 1980). Afirma Francisco: "El Nuevo Testamento enseña que todo lo que Dios ha creado es bueno no hay que desechar nada" (1 Tt 4,4). El matrimonio es un don del Señor (1 Co 7,7). Al mismo tiempo, por esa valoración positiva, se pone un fuerte énfasis en cuidar este don divino: "Respeten el matrimonio, el lecho nupcial" (Hb 13,4). Ese regalo de Dios incluye la sexualidad: "No os privéis uno del otro" (1 Co 7,5) (AL, 61). Nuestro Señor Jesucristo elevó el matrimonio a "sacramento grande" (Ef 5,32) camino de santificación esponsal.

Por ello, cuando los esposos expresan su amor a través del acto sexual, no hacen nada malo, al contrario, "la unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos" (AL, 74), es decir, los esposos se santifican cuando viven el sexo como Dios manda. Él, que es Amor, está presente entre ellos cuando se aman en virtud del sacramento del matrimonio, que santifica su relación íntima. Los esposos celebran su sacramento, o sea, su vida en Cristo, también cuando se abrazan con ternura, se besan, se acarician y comparten el acto sexual. De ese modo sus cuerpos participan en el misterio del Amor de Dios. El placer sexual, creado y querido por Dios, acompaña el encuentro de los esposos que se aman, como fruto de su amor (Catecismo, 2362), otorgándoles un goce y una felicidad en el cuerpo y en el espíritu. "Los cónyuges, pues, al buscar y gozar este placer no hacen nada malo. Aceptan lo que el Creador les ha destinado" (Pio XII, Discurso, 1951). Por ello, en su encuentro sexual, marido y mujer se complementan tanto más gozosamente cuanto más unidos están a Dios; reactualizan y celebran el "sí, quiero" de la boda; crecen en el amor y fortalecen el vínculo al hacerse "una sola carne". 

Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio y de la sexualidad: el bien de los esposos (fin unitivo) y la transmisión de la vida (fin procreativo) (Catecismo, 2363). Escribe Francisco: "El amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital de los esposos puede negar este significado, aunque por diversas razones no siempre pueda de hecho engendrar una nueva vida" (AL, 80). No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges. Por eso, el acto sexual debe quedar siempre "abierto a la vida", es decir, no se deben separar voluntariamente estas dos significaciones o fines de la unión sexual sin alterar el plan de Dios sobre el mismo.

 

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Lic. en Bioquímica. Docente.