
Si eres mujer-niña, tu mundo debería transitar la fantasía creativa, la risa espontánea, el amanecer de sábanas limpias, posterior al sueño reparador de energías derrochadas en el juego formativo, tus comidas acordes, tu higiene normal, los abrazos, la mami amante y única, las caricias estremecidas de papá, los abuelos que consienten, los hermanos que compiten. Las seños, empeñadas en tu aprendizaje total. Y tus carcajadas resonando cual eco feliz, en cada instante. Si eres mujer-adolescente deberías recorrer el mundo de la moda y el coqueteo inquietante, en paz con vos y con los otros; la escuela, trampolín hacia el futuro definido con rumbo electivo; los amigos, la diversión sana y formativa, el amor pleno, respetuoso, respetable; si eres mujer-adulta deberías ser capaz de consolidar el amor, llevarlo de tu mano como aliado silencioso, posar tus ojos en los hijos si fueran parte de tus expectativas, en el trabajo resultante de tu empeño de años, en la familia, si así lo consideraras; y si eres mujer-adulta mayor, deberías volcar tu sabiduría en los que transitan tus senderos conocidos, disfrutados, sufridos muchas veces, superados. Si ese camino aparentemente simple fuera el tuyo, el nuestro, el de todas, no existiría un día de la mujer, no lo necesitaríamos. Más hoy, muchas de nosotras se encuentran lejos del recorrido sintetizado, donde la paz, la libertad, el amor y la justicia tendrían que transcurrir mancomunados. Por lograr ese mundo para todas, luchamos juntas. Por todo ello, una vez más, cada 8 de marzo, mujer, elevamos nuestras voces, tomadas de las manos, en un grito fuerte, tan entristecido como esperanzado.
Por Edith Michelotti
Grupo Hepatitis Rosario
