La paranoia y la los razonamientos compulsivos no son buenos consejeros en un desierto como el nuestro, donde la vida de sus 800 mil habitantes dependen de la construcción de capital social.
Por no es bueno negarse a si misma como sociedad que no hay, ni habrá agua por unos años. Estos ultimos años tuvimos agua a costa de bebernos, mejor dicho "comernos", las reservas; y ya no tenemos. Y también que si queremos reducir lo menos posible la superficie cultivada, solo nos queda ser más eficientes en el uso del agua para riego, que se lleva el 90 % del caudal del río; más una cantidad enorme no cuantificada del acuífero, que ya presenta signos de agotamiento.
¿Por qué ser más eficientes en el sector agrícola? Porque de cada 100 litros de agua que se desembalsan para riego, menos del 30 litros lo consumen los cultivos. ¿Por qué? Porque perdemos por lo menos un 50% entre el dique y la finca -problemas de infraestructura- y de lo que llega a la finca perdemos otro 50% por ineficiencias en el riego.
A esto se suma que distribuimos el agua por oferta y no por demanda -parrales regados en mayo en el año 2020.
Todo este latrocinio ha sido posible en un desierto como San Juan, debido a que la cultura hídrica asi lo ha permitido. Esa cultura hídrica en crisis básicamente lo que hacía era desvirtuar la propiedad y el valor del agua en un desierto. El agua es un bien que pertenece a todos los sanjuaninos, representados por el gobierno y consecionamos el agua para diferentes destinos. uno es el agrícola. Para gestionarlo tenemos un sistema muy bueno, pero que no está fortalecido, ni funciona como debería: el departamento de hidráulica que propone una cogestión entre regantes y gobierno. No hay otra salida a la crisis: Incrementar la eficiencia del agua para riego.
