Oscar Kümmel. No hace falta explicar lo que significó para el teatro sanjuanino, e incluso más allá, este "patriarca" que desplegó todo su talento y creatividad sobre y debajo de las tablas; maravillando al público, enamorando a los actores y escribiendo un importante capítulo en la historia de las artes escénicas. Como director -o tal vez sería más acertado decir, como "hombre orquesta del teatro"- desgranó una seguidilla de títulos, cada uno con su sello. Sin embargo, hay una época especial que quedó en la memoria y corazón de teatreros y aficionados que tuvieron la suerte de compartirla. Un periodo que inició con Angelino en 1984, siguió con el inolvidable Argimón en 1993 y culminó con la expresionista

Objetos voladores. Aunque con escasos recursos, NNT se las ingenió para hacer esta obra con la técnica del teatro negro, todo un desafío para la época en la escena local. Los objetos se desplazaban
por la escena.

El cepillo de dientes, que se estrenó un día como hoy hace 25 años. "Las obras paradigmáticas" de su trayectoria, las define en su estudio la investigadora Gisela Ogás Puga, quien destaca que "estas puestas fueron reconocidas dentro y fuera de la provincia por importantes medios periodísticos, obtuvieron elogiosas críticas, ganaron los primeros lugares en fiestas provinciales y nacionales de teatro y fueron representadas fuera de la provincia". La "gran trilogía kümmeliana", como algunos le llaman, a la que si algo le sobró fue "magia".

Una antología del autor chileno Jorge Díaz que le trajo del país vecino Pilar Murcia -quien sería luego la asistente de dirección y una suerte de directora de actores en esa obra- fue el puntapié que motivó a Kümmel a encarar "El cepillo…", comedia absurda que, como no podía ser de otro modo, supo amasar con su propio vuelo y hacerla propia; sin exagerar, porque si bien el texto era ajeno, todo lo demás no. "Era un 50 y 50", dice Ana Heredia, por entonces alumna de sus taller, a quien el maestro eligió para el protagónico, "por su expresividad", como él mismo explicó en un artículo periodístico de ese año. "Fue una sorpresa, porque él tenía excelentes actrices.

Cuando le pregunté por qué yo, me dijo que daba con Le physique du role y que si no funcionaba, buscaría a otra persona", cuenta la actriz, quien iba una hora antes a los ensayos para trabajar esa cuestión física que él requería y que ella no tenía tan aceitada como Gastón Mori, el protagonista, a quien fichó por "su ductilidad actoral". Sobre las tablas sólo estaban Ella y Él, como se llamaban los personajes. Bueno, no tan así, porque entre ellos, un puñado de objetos y trastos volando y maravillando a la platea, que no había visto hasta entonces una puesta de factoría local como esa. Es que Kümmel, soñador como pocos, decidió encarar el texto con la técnica del teatro negro, como el famoso Teatro Negro de Praga. Fue todo un desafío en aquella época lograrlo con los magros recursos que tenían, pero sobraban habilidad y ganas. Y así lo hizo, junto a Víctor Mori en iluminación -un factor clave para este lenguaje- y a la artista plástica Silvina Martínez, escenógrafa, vestuarista y diseñadora de las gráficas.

Ana Heredia y Gastón Mori. O Ella y Él, el particular matrimonio protagonista de El cepillo de dientes, en plena acción.

"Él siempre respetó mis propuestas estilísticas y yo acepté sus sugerencias con respecto a las tramoyas, a la tecnología interna del uso de los objetos. En la ejecución de las ideas, él era el que ponía el ingenio", comenta Silvina. Un ejemplo de eso fue la mesa que él hacía girar oculto debajo y ligando no pocas patadas involuntarias de la actriz, que todavía lo recuerda.

Al teatro negro, Kümmel le sumó elementos de la parodia, del mimo, de la danza, de la acrobacia y hasta del teatro de la crueldad. Y para ayudarlo a llegar a buen puerto, estaban también Inés Mira, Mónica Martín, Rosita Yunes y Ariel Sampaolesi, integrantes del entusiasta elenco que pusieron su granito de arena, haciendo de todo como era habitual, desde el maquillaje hasta atender la boletería. Y, claro, la experiencia e ingenio de este hechicero y artesano de la representación, que nadie sabe cómo se las arreglaba, pero lograba que al final todo funcionara. "Éramos una topadora, laburábamos un montón, lo atropellábamos al Oscar con las ganas de hacer; ¡pero el viejo le metía una onda! Era una energía que tenía que, ¡por Dios!", expresa Mori, quien también destaca el ritmo que tenía la pieza, desde el mismo texto, algo tampoco muy visto a mediados de los ’90. 

El cepillo de dientes se estrenó, precisan los más memoriosos de NNT, el 14 de diciembre de 1995 en el Instituto Alemán; y tuvo su notable despliegue al año siguiente. Integrado por Carlos Fagale, como presidente de Mozarteum y designado por la Subsecretaría de Cultura; José Annecchini, elegido por los actores; y Antonio Rodríguez de Anca, por la Asociación Argentina de Actores; en 1996 el jurado la dio como ganadora de la Teatrina (Fiesta Provincial del Teatro, donde competían con otra obra de NNT, De víctimas y victimarios) y así representó a la provincia en el Nacional, donde compitió con Santa Fe, Tucumán y Entre Ríos. El voto del público la daba vencedora y también las efusivas felicitaciones de colegas, espectadores y críticos. Todos descontaban su triunfo, pero no ganó, los anfitriones se alzaron con los laureles. Y si bien a algunos les dejó un gustito amargo, a Oscar no. "A él no le importaba eso de los premios", asegura Pilar, quien se ocupada de poner el cassette con música concreta que Kümmel había grabado. Avanzaba y retrocedía la cinta apenas alumbrada con una mortecina linterna, para que quedara en boca para la escena correspondiente, ya que las marcaciones eran precisas. Suerte que el entonces moderno equipo del instituto contaba con cuentavueltas, que le hacía más fácil la búsqueda. "Él era de perfil súper bajo, casi como un niño diría, porque hasta le daba vergüenza que lo fueran a felicitar. A él lo único que le importaba era hacer lo que amaba y que la gente se fuera contenta", agrega Murcia.

Pero además de los aplausos en el Nacional, hubo otro testimonio de éxito que cosechó: el tiempo que El cepillo de dientes estuvo en cartel, un año según estiman, y siempre con buen marco de público, que se iba acercando por el "boca en boca". Y también por las "cartitas" que, diseñadas y dibujadas por Martínez a modo de invitación, el elenco salía a repartir los viernes, caminando y dejándolas por debajo de las puertas de las casas de conocidos y no tanto. "Nos fue muy bien para lo que era el momento, cuando tener 30 o 40 personas en una sala así era un lujo. Pero creo que lo más importante fue que la hacíamos todos los fines de semana, era bravísimo, fue una apuesta a la continuidad", señala Gastón.

La obra era divertida y la lograda interpretación de Mori -por ejemplo en la cómica escena de su muerte- hacía que en las prácticas, su coequiper a veces no pudiera contener la risa. Pero no sucedió eso en el estreno, un poco accidentado. En medio de la actuación, Heredia vio a Mori con su mameluco blanco de raso manchado de sangre y quedó "alelada", confiesa, paralizada por unos segundos que se hicieron eternos para el actor radicado en Córdoba, que la miraba como implorando un "¡Seguí!". Heredia pensó que su compañero se había accidentado y se asustó, pero en realidad, él estaba manchado con sangre de la actriz, de una lastimadura en la pierna sin cicatrizar. Se la había hecho durante el ensayo, raspando y quemándose con la alfombra cuando practicaban tirarse de la mesa y rodar en el piso. Y volvió a abrirse en el debut, como el abrojo del vestido, lo que la obligó a hacer malabares para poder terminar la escena del baile con el traje puesto. Esto sin contar su boca seca y la repetida sensación de toser en plena función, fruto de los nervios que también hicieron que terminara -tras las dos horas de estreno (luego la acortaron un poco)- empapada en sudor, y no sólo por el calorón que hizo esa noche. Delicias de la vida actoral, que le dicen.

"El Cepillo… fue una síntesis de estéticas que creó una poética única que no volví a ver, incluso en las mismas obras de Oscar. Fue la última obra que logró ese espíritu profundamente cándido que él tenía", testimonia Ana. "Estoy honrada de haber sido parte de eso. Fue un momento único, irrepetible y mágico en mi vida, sin parangón con ninguna experiencia teatral que luego tuve", agrega. Martínez coincide: la califica de "obra ruptural" y sostiene que con ella el director "modificó su propia estética, que era distinta; y también hizo aportes interesantes a la escena teatrística del medio, en una época donde había varias y muy buenas propuestas". Y en la misma línea, Murcia -que aún repite pasajes de la obra- manifiesta que "rompía con lo tradicional hasta el momento, con lo que el mismo Oscar venía haciendo".

Quizás, las palabras del crítico teatral Fausto Alfonso -que expresó en Radio Nihuil en 1996- sirvan para sintetizar lo que el cierre de esta gran trilogía significó. Luego de definir a Kümmel como "tal vez el director más destacado de esa provincia" y de elogiar a los protagonistas -"con una ductilidad corporal y de gestos, un bagaje gestual impresionante"- y a Martínez, concluyó: "La propuesta es que vayan al Instituto Alemán y se cepillen las ganas de ver buen teatro". 

 Fuentes

Entrevistas con los protagonistas. Archivo Diario de Cuyo. Archivo de Silvina Martínez. Artículo de Bandas y Bandos. Homenaje al Padre del Teatro Sanjuanino: Oscar Kümmel, de Gisela Ogás Puga, profesora en Letras e investigadora en Teatro del Instituto de Artes del Espectáculo de la UBA. El nuevo diario. Propuestas educativas que impulsaron la actividad teatral en San Juan, de Gabriela Lerga).

 

La obra

Es una comedia absurda que presenta un día en la vida de un matrimonio particular, desgastado y atravesado por la falta de comunicación y de valores; y que, con tal de no conectarse con lo que realmente le pasaba y con la rutina, inventaba juegos todo el tiempo. Era, básicamente, una obra sobre la soledad. O aún más que eso, desnuda problemas existenciales de una pareja de la clase media.

"El cepillo de dientes (posteriormente llamada Náufragos en el parque de atracciones)" fue escrita en 1960 por Jorge Díaz, autor de nacionalidad chilena, influenciado por la Generación del ’98 de España y por otros dramaturgos, como Genet, Ionesco, Beckett y Albee. La estrenó el grupo Ictus en 1961 y marcó un hito en la escena teatral chilena.

Arriba, un ensayo de la pieza estrenada en San Juan en 1995. El director Oscar Kümmel junto a Heredia y Mori; y Murcia, asistente de dirección. Abajo, la invitación diseñada por la artista visual
Silvina Martínez.

 

Ellos dicen

 

Gastón Mori – Protagonista

"Para mí era un desafío enorme, era algo completamente distinto, un texto muy complejo para ese momento, nosotros muy jóvenes e inexpertos. Armarla fue mucho trabajo y muy interesante. Me fascinaba cómo se le ocurrían las cosas al viejo. Lo más lindo era el Kümmel diciendo ‘aquí va a volar esto o de ahí va a salir aquello’. Es muy bueno que ahora estudien su trabajo y vean cómo fue evolucionando su estética. El Oscar tuvo varios ‘esplendores’, propios de cada uno de sus períodos. Y este fue uno".

 

Ana Heredia – Protagonista

"Es una obra que ni yo me animaría a volver a hacer. Fue eso, con ese Oscar, con ese elenco, con esa estética y esa mirada, en ese momento. Eso fue El cepillo de dientes. Quizás tendría hoy más recursos que entonces no había, pero no sería lo mismo, no tendría la magia que tuvo, que fue la de ese momento. Es un mojón para el teatro sanjuanino, en la capacidad de sorprender y de generar una poética que no se confunde con ninguna otra. Es una de las obras más emblemáticas del teatro local de los ’90".

Silvina Martínez – Escenografía y diseño

"Fue un reto diferente, con cuestiones técnicas muy interesantes. La estética era mía en íntima comunión con la cabeza de Oscar, que era tan ingenioso para inventar recursos y hacer que las cosas se movieran, desaparecieran, aparecieran o volaran. Y toda la fabricación de trajes y escenografías fue con ayuda de los chicos, con ganas y material de descarte porque nunca había un peso. Fue un grupo muy particular, todos los chicos eran regios, muy buenos actores, un grupo muy sólido donde se compartió mucho".

Pilar Murcia  – Asistente de dirección

Fue un trabajo muy creativo y muy novedoso en puesta, muy sensorial. Fue maravilloso construir las escenas, una dramaturgia escénica muy genuina, delirábamos, probábamos y funcionaba. Es de las cosas más espectaculares que hizo Oscar y él estaba encantado, tenía mucha magia escénica, que es lo que le gustaba. Y todos éramos muy jóvenes y con muchas ganas. Los ensayos eran idea tras idea, él las tomaba y las arreglaba. Fue su época más vital y madura para hacer esto".