Jessie (no es su nombre real) tiene 30 años, un trabajo que le satisface y lo que ella describe como un “matrimonio feliz”, pero en secreto regularmente tiene sexo casual con distintos hombres, se masturba tres veces al día y fantasea constantemente con el sexo, en cualquier lugar que se encuentre. La joven, que posee formación universitaria, cree que ha sido adicta al sexo desde los 14 años, e incluso ha transmitido infecciones de transmisión sexual a su esposo debido a su comportamiento imprudente.

 

“Participo en comportamientos sexuales de alto riesgo y perjudiciales que tengo problemas para controlar”, dijo, y agregó que sus impulsos eran “intermitentes” pero que tenían un “duro impacto” en su bienestar y en sus relaciones con familiares, amigos y sus actuales y antiguas parejas. “A menudo siento profunda vergüenza, pero no puedo controlar estas acciones”, admitió.

 

 

La joven, a quien le diagnosticaron ansiedad y toma antidepresivos, dijo “honestamente” no tener idea de qué hacer al respecto. Los científicos todavía están divididos sobre si la adicción al sexo es realmente un trastorno clínico, y si lo es, cómo se puede identificar y tratar con precisión.

 

“El porno es como la cocaína. Soy un adicto y no puedo parar”, reconoce Jordan (tampoco es su verdadero nombre). El joven de 19 años, universitario, asegura que padece lo que se conoce como hipersexualidad desde los 13 años. Ahora la trata a base de medicamentos para la depresión, con tal de evitar los días en los que podía llegar a experimentar hasta 50 orgasmos al día. Lo que él define como “una auténtica tortura” que aumenta su ansiedad, depresión y lo lleva a fallar en los estudios.

 

Los testimonios de Jessie y Jordan son parte de una encuesta entre más de 1.500 personas que realizaron la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia, junto al Centro de Adicción y Salud Mental de Toronto, en Canadá, como parte de un estudio sobre la adicción del sexo y que da cuenta el sitio australiano News.com.

 

La oleada de acusaciones por abuso sexual contra famosos y políticos ha puesto sobre nuevamente el foco en el tema de la adicción al sexo. Hasta ahora la enfermedad no ha sido reconocida por la “biblia” de los psiquiatras, el manual publicado por la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, pero incluso aquellos que dudan que sea un verdadero trastorno reconocen que este comportamiento sexual compulsivo puede entorpecer a la vida diaria.

 

El campo es difícil de estudiar debido a las dificultades para monitorear la excitación del cerebro en un día típico. Pero Michael Walton, el investigador principal del estudio de la Universidad de Nueva Inglaterra, estima que la hipersexualidad afecta aproximadamente al entre 3 y 6 por ciento de la población. Pero cree que puede haber factores más complejos en juego. “La adicción no se basa en la cantidad específica de orgasmos que tengas (da igual si tienes dos, 10 o 50), sino en si este comportamiento sexual crea o no ansiedad”, aseguro Walton.

 

No obstante, la mayoría de pacientes con este tipo de problemas son hombres. Es el caso de Aaron (quien también pidió preservar su nombre real), que a sus 42 años visita a escorts dos o tres veces al día y mantiene relaciones con desconocidos, tanto hombres como mujeres, en parques y baños públicos. Es padre de un hijo y asegura que prefiere las prostitutas a mantener una relación, pues lo suyo no tiene nada que ver con el amor. Vive en un estado constante entre la búsqueda desesperada de sexo y el arrepentimiento. Sin embargo, él mantiene que los resultados negativos de su hipersexualidad tienen más que ver con lo económico (se gasta el sueldo) que con lo afectivo, algo que la propia encuesta de Walton niega, pues concluye que sufre niveles “extremadamente severos” de ansiedad y depresión.

 

Pese a la presión de algunos terapeutas, quienes aludieron a las consecuencias devastadoras de la adicción al sexo para quienes la sufren y sus parejas, el trastorno todavía no ha sido reconocido. Cuando “The New York Times” le preguntó sobre las razones a Charles O’Brien, profesor de psiquiatría de la Universidad de Pensilvania involucrado en la última actualización del manual, este aseguró que no existen pruebas científicas rigurosas de que este comportamiento sexual afecte al cerebro de la misma manera que se ha demostrado con la adicción a las drogas o al alcohol.

 

Esta versión oficial choca con los esfuerzos de Walton por que la hipersexualidad se oficialice a nivel global no solo como un síntoma, sino como una enfermedad.

 

La adicción al sexo

“La adicción sexual tiene tres características: es compulsiva, persistente y recurrente”, dice el sexólogo León Gindín. Y explica: “Compulsiva porque no se puede parar, hay que cumplir sí o sí con esa exigencia que impone la cabeza. Persistente porque hay que hacerlo a cada rato, todo el tiempo. Y recurrente porque siempre se acude a los mismos recursos”.

 

Imposible saber si en la Argentina esta adicción golpea a muchos. No hay estadísticas. Lo que sí se sabe, a partir de la experiencia de los principales especialistas del país, es que nueve de cada diez adictos al sexo son hombres. “Se podría pensar en algo genético: el embrión es naturalmente femenino y en la octava semana del embarazo puede pasar a ser masculino. Y es en ese proceso cuando puede haber una alteración. También en algo hormonal: que haya una exagerada secreción de testosterona”, explica el sexólogo León Gindín.

 

En los Estados Unidos, donde se calcula que este problema afecta al 6% de la población, existen clínicas especializadas y muchísimos estudios médicos publicados. Según el especialista Allan Bruckheim, uno de cada 16 adultos puede ser adicto al sexo, aunque los que piden ayuda son pocos. Entre los que buscan “curarse”, la mitad está casada y dos tercios tienen el secundario completo.

 

Para el sexólogo Juan Carlos Kusnetzof, el adicto sexual “siente que la única manera de superar la angustia es teniendo sexo. Y eso se convierte en un hábito”. La psicóloga y sexóloga Diana Resnicoff coincide: “La compulsión calma una tremenda angustia que proviene de un vacío interior. Pero nada los llena porque el vínculo placer-amor está roto. El adicto sexual es un carenciado, un bebé hambriento de amor”.

 

Para Adrián Sapetti, presidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana, “lo que caracteriza la conducta del adicto son los rituales. Debe satisfacerse siempre de la misma manera, con la misma secuencia, porque así cree que neutraliza su angustia. Pero el ritual no ataca la raíz del problema, el cual, necesariamente, reaparece”.

 

Patrick Carnes, el primer terapeuta en definir la adicción sexual, hizo una encuesta entre mil pacientes con esta patología y encontró que el 42% también era adicto a las drogas o al alcohol, que el 38% tenía algún desorden alimentario y que el 28% sufría de compulsión al trabajo. Además, dos de cada tres habían sido víctimas de abuso físico, emocional o sexual durante la infancia. Gindín, por su parte, encuentra que los adictos al sexo son, en general, “personas que en la niñez vivieron un modelo de amor alejado de los cánones más normales”.

 

En general, el adicto al sexo tarda en buscar ayuda. “Recién hace una consulta cuando su comportamiento le genera demasiados problemas con su pareja, con la sociedad, con el trabajo o, incluso, con la policía”, dice Sapetti.

 

Para Kusnetzof, los tratamientos para superar la adicción demoran meses: “Y la mejoría siempre es frágil. Se vuelve a reincidir porque los instintos se renuevan constantemente”. Es que a diferencia de las drogas o el alcohol, la “sustancia” que daña está en el organismo.

 

“El tratamiento es doble: medicación (antidepresivos para bajar lo compulsivo) y psicoterapia. Se busca que el adicto haga un reaprendizaje social. ¿De qué manera? Se le dan tareas como llevar registros de los momentos de mayor angustia, se le proponen otras actividades, como un deporte, y se intenta conectarlos con el placer”, explica Resnicoff.

 

Los especialistas recomiendan las terapias de grupo, porque hablar con otros disminuye el sentimiento de soledad y vergüenza. El objetivo de estos grupos es lograr un despertar espiritual y llevar ese mensaje a otros adictos.

 

Dónde buscar ayuda

¿Cómo combatir esta adicción? En la Secretaría de Salud de la Ciudad afirman que los hospitales públicos porteños todavía no tienen programas específicos para los adictos al sexo. Pero en Buenos Aires ya existen cuatro grupos de autoayuda gratuitos, que plantean tratamientos similares a los de Alcohólicos Anónimos. Cultores del bajo perfil, hablan de ellos como “la comunidad”, y son muy celosos de su funcionamiento.

 

“A diferencia de Alcohólicos Anónimos (AA) o Narcóticos Anónimos (NA), la adicción sexual tiene una connotación negativa, porque se la vincula directamente a casos de abuso. Pero muchos no saben que hay adictos sexuales que no tienen sexo. Es como con la comida, donde hay quienes se dan atracones y quienes no comen”, explican desde Sexo Adictos Anónimos (SAA), una comunidad que en el país existe hace más de veinte años, donde quienes sienten que el sexo controla de forma negativa su vida se encuentran de forma anónima y trabajan en grupos de 8 o 10 personas, hombres y mujeres, de todas las edades y profesiones. También hay reuniones por Skype para quienes no pueden asistir.

 

“Un gran número de adictos sexuales dice que el uso malsano del sexo ha sido un proceso progresivo. Puede que haya empezado con la adicción a la masturbación, la utilización de pornografía, o con una relación pero con los años fue progresando hacia conductas cada vez más peligrosas”, explica la comunidad en su web, donde se describen los 12 pasos (que van desde admitir el problema hasta encontrar las herramientas para controlarlo), y las 12 tradiciones base del programa.

 

Lo que se busca, en definitiva, es trabajar la compulsión sexual, para poder conectarse con el sexo desde un lado sano.Y usan la misma dinámica que AA o NA, con reuniones de dos horas (diarias, semanales, mensuales), y un sistema de acompañamiento de los coordinadores de las reuniones –ex adictos–, como de padrinos.