
El otro día por la televisión pasaron uno de esos programas de difusión científica, donde Juan y Martín eran invitados a la simple tarea de colorear un cuadro prearmado. En él, aparecía un dibujo con varios detalles que tenían indicado un número que estaba relacionado con frascos de pintura ordenados sobre la mesa de acuerdo a esos números que figuraban en las distintas zonas del dibujo. Parecía una tarea muy simple. Es lo que hacen los niños de pocos años en el jardín de infantes coloreando dibujos.
Pero (siempre hay un "pero"), esta sencilla consigna la tenían que resolver colocándose unos anteojos especiales que invertían la imagen. El cielo estaba abajo y el suelo estaba arriba, la izquierda a la derecha y viceversa.
Los dos "pintores" comenzaron la tarea. Luego de unos minutos, Juan mostró el resultado de su trabajo: ¡Un desastre! Claro, es muy difícil para el cerebro humano que, luego de un largo proceso evolutivo de millones de años, le cambien las referencias fundamentales para identificar la información que está viendo y con ella ser capaz de interactuar adecuadamente con el mundo exterior.
Algo parecido sucedió con la educación. Comenzamos el año haciendo lo que los humanos hacemos desde varias centurias en las instituciones educativas. Pero de repente (aquí también apareció un "pero") tuvimos que hacerlo fuera de las aulas y los edificios que veníamos usando por varias generaciones. Vino con el aislamiento una realidad educativa que no esperábamos ni estábamos preparados a enfrentar y cómo en la narración anterior hicimos lo que pudimos en este nuevo contexto.
Volviendo al relato del inicio, el otro participante también mostró su cuadro y había quedado excelentemente bien pintado de acuerdo a la consigna. Mientras me preguntaba el por qué de semejante diferencia entre ambos pintores, se reveló la razón: Martín estaba usando estos anteojos que invertían la imagen desde hacía cuatro meses. Su cerebro había aprendido de los "nuevos parámetros" que le transmitían sus ojos, adaptándose con facilidad al nuevo contexto.
Y pensé, "esta era una buena noticia para la educación". A pesar de que no estábamos preparados ni para enseñar, ni para aprender masivamente a la distancia, somos capaces de aprender cosas nuevas y nuestro cerebro, con un poco de práctica, puede adaptarse a este nuevo formato que propone el aislamiento como única alternativa para no perder el año académico.
Es probable que algunas cosas vuelvan a "cierta normalidad", después de la pandemia. Pero también es posible que una experiencia tan masiva y prolongada de 1.500 millones de alumnos en todo el mundo, genere cambios y nada ya pueda ser como antes.
Seguramente, pasarán cuatro meses (como con Martín) o más para que el virus ya no sea un riesgo y la sociedad salga totalmente del aislamiento. Tendremos todavía tiempo para entrenarnos.
Es bueno que nos preguntemos si este tiempo nos preparará sólo para transitar la crisis producida por efecto de "los anteojos invertidos" que nos obligó a usar el coronavirus o es que se aceleraron cambios fundamentales en la sociedad que ya nunca volverá a verse igual.
Por Gustavo Carlos Mangisch
Director de Innovación y Calidad del Espacio Excelencia
y Maestría en Nuevas Tecnologías de la UCCuyo
