De nada vale la enseñanza escolar si en el seno familiar no se aprende a actuar con responsabilidad.

La educación es todo cuanto hacen por nosotros con el fin de acercarnos lo más posible a la perfección de nuestra naturaleza. El ideal de la educación es lograr una cabal preparación del hombre para la vida considerada en toda su amplitud. Verlo todo originariamente bueno en el hombre es tan errado como estimarlo todo malo. La oposición entre el bien y el mal supone el concepto de ley o deber, o el ejercicio deliberado de la voluntad o la conciencia moral. Ésta no es innata, se desarrolla con la razón y los conceptos morales en períodos posteriores a la infancia; por lo tanto, nada hay que pueda decirse bueno o malo en sentido moral. Sus actos son sólo de instintos y sus manifestaciones son inocentes, con la inocencia originaria que es incapaz de saber determinar el bien o el mal. Por tal motivo se han creado el arte y la ciencia de educar, objetivos de una disciplina prácticamente nueva: la Pedagogía. Pero el peligro máximo es la educación que podríamos llamar "dirigida”, que se convierte en rutinaria, cerrada y artificiosa. O bien anula las individuales o las deforma. El conocimiento, el sentido común y el sentido del equilibrio han de cumplir el verdadero fin de la educación, es decir el desenvolvimiento armónico y completo de las facultades y aptitudes del ser humano para alcanzar su perfeccionamiento y bienestar. Este es el tipo de educación que considero han intentado establecer los más ilustres pedagogos. La instrucción, o sea la comunicación de conocimientos, no es más que uno de los aspectos de la educación, aunque de ninguna manera el de menos importancia. Es fundamental el acierto en la elección de materias y métodos instructivos. Educar es, en suma, crianza y doctrina que se da a los niños y adolescentes: cortesía, urbanidad, buenas costumbres, honestidad, respeto, etc. y puede tomar el nombre según su objetivo o aplicación: moral, intelectual o física. De allí la importancia suprema de la educación. Lograr que las tendencias o inclinaciones naturales al bien vengan a ser verdaderas virtudes e impedir que las propensiones al mal se conviertan en vicios. Ese es el ideal que ha de presidir en la intención del educador, el ejercicio de todas las funciones educativas para que ambos sean el verdadero ideal humano. El que educa al niño por amor al niño, para que éste, educado a la luz de aquel fin, sea un ciudadano cabal, con marcadas corrección de procederes, y, entre otras cosas, un buen miembro de familia. Una deficiente educación supedita al hombre a caminos equivocados e incorrectos y no fija los relativos que contribuyan además a formar su dignidad personal. Pero de nada valen las enseñanzas que se dictan en los establecimientos escolares si en el seno de la familia, que es donde en primera instancia se debe aprender a actuar con verdadera responsabilidad mediante reglas que establecen las formas en que tienen que ajustarse las conductas, muchas consideraciones al respecto no se toman en cuenta, especialmente por falta de diálogo entre sus miembros.

 

Por Carlos R. Buscemi
Escritor.