El arranque. El presidente de EEUU, Donald Trump, cerca de Nancy Pelosi, quien pidió el inicio de las investigaciones para un juicio político.

 

El escenario político de EEUU se vio conmocionado esta semana al pedir la Presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, que se inicien las investigaciones para un futuro juicio político a Trump por supuestas presiones al presidente de Ucrania, para que este ordene indagar sobre los negocios que el hijo de Joe Biden, ex vicepresidente de Obama, habría realizado en aquel país.

Todo comenzó cuando el New York Times dio a conocer la existencia de un informe realizado por un agente anónimo de la Agencia Central de Inteligencia -CIA-, que acusa a Trump de usar el poder que le confiere la investidura presidencial para llevar adelante una injerencia en los asuntos de otro país, a los efectos de beneficiarse electoralmente.

La palabra impeachment, como se le llama al juicio político en EEUU, no se hizo esperar, y si bien la noticia resultó grandilocuente, ya que sólo existen tres casos anteriores a lo largo de su historia, ninguno llegó hasta las últimas consecuencias, la de desplazar al mandatario.

El primer caso fue cuando el presidente Andrew Johnson se salvó de la destitución por un voto en 1868. Luego se produjo quizá el más célebre, el pedido de impeachment contra Richard Nixon, conocido el famoso caso Watergate en 1972, pero que no se sustanció porque el presidente renunció cuando vio lo inevitable de su final. Mientras que el último fue el de Clinton, por cargos derivados de una demanda de acoso sexual, en 1999.

Desde el momento en que se conoció la existencia de la llamada que Trump le realizara en julio a Volodimir Zelenski, que gobierna Ucrania, donde le habría sugerido que algún fiscal general profundizara en torno a las presiones políticas que los Biden podrían haber llevado adelante contra Petró Poroshenko, el anterior presidente, los demócratas analizan acerca de si aquella comunicación implicaría una amenaza para la seguridad nacional y un supuesto chantaje.

Mientras la oposición a Trump pretende ver un vínculo entre la suspensión de una ayuda militar de 250 millones de dólares a Kiev, aparentemente por iniciativa del propio presidente, y que Ucrania iba a destinar -entre otras cosas- a la compra de misiles antitanque estadounidenses "Javelin", los republicanos, difundida la transcripción de la llamada, no encuentran en ella nada inapropiado; y lo real es que no parece apreciarse un pedido de intercambio de favores.

Juega a favor del mandatario estadounidense el tramo de la conversación que se puede interpretar como que la negación al desembolso de la ayuda económica -por parte de Washington- se debe al hecho de que Trump cree que sólo los Estados Unidos ayudan al gobierno ucraniano, que no presiona para que otras potencias europeas, en obvia alusión a Alemania, hagan lo mismo.

Pero el pedido de impeachment realizado por los demócratas también está dirigido a fortalecer varios frentes. Por un lado, pretenden que no se investigue el oscuro accionar de Biden, el principal candidato que hoy pueden ofrecer los demócratas de cara a las próximas elecciones presidenciales, y de su hijo Hunter, en Ucrania.

Por otro lado, la propia Pelosi intenta reforzar su papel como la máxima dirigente del Partido Demócrata, y representante de la vieja guardia, que se encuentra jaqueada por una profunda renovación partidaria, donde la aparición de nuevos temas y nuevos liderazgos, basados en la diversidad cultural y étnica, amenazan con echarla al cajón de los recuerdos. De hecho, el presente año estuvo caracterizado por sus enfrentamientos con la estrella naciente del horizonte demócrata, la activista latina y también integrante de la Cámara de Representantes, Alexandria Ocasio-Cortez, y su línea interna, denominada "Demócratas por la Justicia".

Y el último, y más lógico, es debilitar -o al menos intentar seguir ensuciando- la presidencia y la nueva candidatura de Trump con denuncias más o menos falsas, como la de la supuesta ayuda de Putin para que el magnate llegue a la Casa Blanca, o la actual, que resulta de un criterio de interpretación acerca de su accionar como presidente.

Pero el pedido de impeachment ha pasado a un segundo plano algo que sí debería ser realmente investigado, y que son los vínculos de los Biden con Ucrania. Sucede que este país, cuando abandonó su cercanía con Rusia, inició una íntima relación política y económica con Washington, la que fue conducida por el vicepresidente con tanta independencia que llegó a ser bautizado el "Virrey de Ucrania".

Ese vínculo, aprobado por Obama, que acostumbraba a desentenderse de aquellos problemas que no le interesaban, hizo que Biden terminara haciendo y deshaciendo a su antojo. Se cree que ese manejo sin control del vicepresidente lo llevó al tráfico de influencias, ya que habría colocado a su hijo como integrante de la junta directiva de "Burisma Holdings", la principal empresa ucraniana de gas natural, a la que le había ofrecido ayuda económica estadounidense para desarrollar sus proyectos gasíferos.

Las cosas no terminan allí. Se sospecha que luego Biden presionó a Poroshenko para que desplace al fiscal Viktor Shokin, cercano al anterior presidente, el prorruso Viktor Yanukóvich, que investigaba los negocios de Hunter, que ganaba cincuenta mil dólares mensuales en Burisma, hasta que renunció a la empresa en abril de este año.

Todo podría agravarse si además se investigaran los vínculos que la empresa tiene con otros miembros del Partido Demócrata, como Devon Archer, y ex funcionarios de la CIA, como Cofer Black, a quienes también nombraron integrantes de la junta directiva, lo que desnuda la trama de negocios e intereses que los demócratas construyeron con la agencia de inteligencia. Es tan profunda la alianza entre estos dos grupos que, en la última elección para renovar el Congreso, medio centenar de funcionarios de la CIA -y algunos militares asociados a ésta- buscaron ser candidatos demócratas.

El tema es que, más allá de las sospechas, los republicanos no han encontrado pruebas que logren vincular a los Biden de forma contundente con la corrupción, o con el hecho de que Joe se hubiera visto directamente beneficiado con el accionar de su hijo, el que, con un pasado familiar duro, posee severos problemas de drogas y alcohol.

Tampoco parece lo suficientemente contundente la acusación de Pelosi contra Trump, a sabiendas que, así progrese en la Cámara de Representantes el juicio político, donde se necesita solo mayoría simple, es altamente improbable que sea exitoso en el Senado, controlado por los republicanos, y donde se requiere una mayoría cualificada de dos tercios para destituir al presidente.

Incluso, de probarse que los dichos de Trump constituyen un caso de chantaje, el Senado, infinitamente más conservador que la Cámara de Representantes, se puede inclinar por un principio que nació con el primer impeachment, el practicado a Johnson, que es el de, según sostuvo el senador James Grimes por Iowa, no "destruir el funcionamiento armonioso de la Constitución solamente para que nos podamos deshacer de un presidente inaceptable".

Esta lógica también la expuso John Fitzgerald Kennedy en su libro "Perfiles de coraje", publicado en 1956, cuando citó los fundamentos contundentes que tuvo Edmund Ross, aquél senador por Kansas que con su voto salvó al citado Johnson, al sostener que "si un presidente pudiera verse obligado a dejar el cargo por pruebas insuficientes que se basaran en un desacuerdo partidista, la presidencia estaría bajo el control de cualquier facción del Congreso que se mantuviera en el poder."

En definitiva, todo lo sucedido parece más un acto desesperado del conjunto de los opositores de Trump, que ven como el blondo presidente se encamina, éxito económico mediante, hacia su más que probable reelección.